Murió Dilia Esther Bolívar, mi comadre. Estábamos a la espera mientras el cáncer de mama le hacía metástasis. El cáncer no tiene compasión. Y la muerte puntual tocó a su puerta. Periodista deportiva. A los deportes llegó cuando aún estaba en la universidad. Desde entones la vimos crecer, prepararse, y desarrollar su carrera y su vida. Excelente persona, denodada mujer, madre extraordinaria. Dilia Esther encarnó lo que es una buena persona, una buena amiga, una buena compañera. Guerrera de la vida de mil batallas. Hija de madre soltera, estudiante meritoria, universitaria con todos los sacrificios habidos y vencedora de todos los obstáculos. Su risa, su voz, su saludo cariñoso, su puntualidad, su organización, su preocupación por el uso del idioma y del buen escribir. No hubo evento deportivo en nuestra ciudad en los últimos 20 años en que no estuviera Dilia Esther con Sandra Gómez, con Luzmila Torres. Le ganó a la vida mientras caminaba derrumbando obstáculos y la cruel enfermedad ha dejado inconclusa la crianza de sus hijas Valentina y Valeria. He llorado amargamente en esta fría Bogotá recordando el día que hicimos una “vaca” para que pagara su derecho a grado y salió disparada a la universidad impulsada por las alas de su corazón y el día que llegó feliz porque, por fin, había podido comprar una nevera a su mamá. Es que la vida a veces se ensaña con personas maravillosas como si quisiera probar de qué están hechas. Los amigos se van convirtiendo en parte de nosotros por lo que, al morir, se muere también algo a quienes nos quedamos. Dilia Esther era muy joven con sueños y metas por cumplir. Por tanto, hoy le he vuelto a preguntar al buen Dios por qué pasan estas cosas. Es la vida, la vida que sólo es una brizna, un soplo, un instante…