El miedo pertenece al sistema de defensas que la naturaleza ha otorgado a los humanos como ventajas evolutivas. Por el privilegio de usarlo, y así tener mayores probabilidades de supervivencia, pagamos el precio de padecer angustias anticipando situaciones que nunca llegan a materializarse.
En la historia de la humanidad se puede identificar como un hilo continuo la lucha por librarnos de miedos. Todas las civilizaciones han trabajado para sentirse seguras, incluso llegando a atemorizar a otras si era necesario para lograrlo.
Aunque nos cueste aceptarlo, tenemos que saber que, buscando escapar de las amenazas que nos generan miedo, nuestras decisiones pueden ser manipuladas, hasta el punto de que nuestra voluntad termine siendo moldeada por intereses ajenos.
En política lo anterior se ha usado con mucha frecuencia para unificar y motivar a grupos de electores. Las amenazas reales o imaginarias, las figuras poderosas que están detrás de supuestas conspiraciones y los anuncios de inminentes apocalipsis han logrado que, sin mucha vacilación, algunas sociedades hayan sacrificado libertad por seguridad.
Reconocer el miedo como una emoción individual altamente contagiosa hace que algunos líderes intenten aprovecharlo para lograr que las reacciones, a las amenazas emitidas por algunos miembros del grupo, comprometan el análisis crítico y diluyan el sentido de responsabilidad individual en los colectivos; finalmente es de conocimiento público que las masas son muy influenciables y propensas a realizar juicios absolutos.
En Colombia los extremos ideológicos han basado sus apuestas electorales del 2022 en la “repotenciación” de temores que fidelicen a sus adeptos.
La derecha sabe que la estabilidad cultural, social y religiosa mantiene alejado el miedo de las sociedades. Tal vez por lo anterior, en época de inaplazables transformaciones como la que atravesamos hoy en nuestro país, busquen atemorizarnos de manera algo justificada, con la forma tan improvisada y totalitarista que el candidato del extremo opuesto propone realizarlas.
La izquierda, posando de ser moralmente superior, intenta intimidar con lo catastrófico que sería perpetuar una línea de gobierno que, según ella, ha dado poco valor a las conquistas sociales de las últimas décadas, a las políticas modernas orientadas a la defensa de los recursos naturales, y a la lucha anticorrupción. También advierte insistentemente, tal vez buscando que el miedo se convierta en terror, de lo que podría significar para los jóvenes la reciente criminalización de la protesta social y la repetida violación de las garantías constitucionales de que han sido víctimas algunos pacíficos marchantes.
Si bien, es innegable que las advertencias de los extremistas generan algo de temor, este no puede ni debe paralizarnos. Estoy convencido que como electores necesitamos más que nunca tener una opción de centro que con pragmatismo reformista consolide los logros sociales, reenfoque la política contra las drogas, genere seguridad a partir de la confianza en las instituciones, respete el disenso, incluida la protesta callejera y genere las condiciones institucionales para que la educación sea un eje central en el desarrollo del Estado, entre otros.
En resumen: valiente no es el que no siente miedo, sino el que es capaz de enfrentarlo con esperanza, y si es de centro, ¡mejor!
@hmbaquero