La conferencia anual de desarrolladores (WWDC), por su nombre en inglés, comenzó este año con un anuncio de Tim Cook, director ejecutivo de Apple, que ha sacudido el universo tecnológico: llega Apple Intelligence, “la inteligencia artificial para el resto de nosotros”.

La promesa implícita en el anuncio de masificar la inteligencia artificial (IA), integrándola a los sistemas operativos de sus dispositivos, nos coloca frente a grandes retos en el sector salud que debemos abordar con firmeza y sin dilación. Citaré en esta columna algunos de los que identifico.

La historia del uso de la IA en las ciencias de la salud empieza en la década de 1960, cuando se exploró el uso de algoritmos y sistemas expertos para resolver preguntas de investigación biomédica. A partir de estos primeros ensayos, se diseñaron herramientas que nunca llegaron a ser usadas en la práctica clínica, destinadas a diagnosticar infecciones bacterianas y recomendar tratamientos antibióticos, así como a utilizar grandes bases de datos con el objetivo de hacer diagnósticos patológicos.

Fue solo hasta los primeros años de este siglo que los avances en computación y la disponibilidad de grandes volúmenes de información permitieron el desarrollo de algoritmos de aprendizaje automático más sofisticados. Estos brindaron a los sistemas de IA la posibilidad de analizar datos clínicos y de imágenes con una precisión tal que podían ser utilizados en la atención de pacientes.

Hoy, en las historias clínicas electrónicas, la IA mejora la eficiencia administrativa y reduce la carga de trabajo para los profesionales del sector de la salud. Los sistemas de IA automatizan tareas rutinarias como la entrada de datos y la programación de citas, permitiendo a los trabajadores asistenciales dedicar más tiempo a la atención directa de los pacientes.

En el tratamiento del cáncer, ya se utilizan herramientas de IA para hacer medicina personalizada. Hay aplicaciones, que uniendo la información genética del paciente con las características del tumor y la historia clínica del enfermo, ayudan a predecir cómo se responderá a un tratamiento específico, optimizando así la eficacia terapéutica.

Lejos de ser alienígena, la IA funcionará en salud como un espejo que reflejará todas las maravillosas capacidades humanas que han sido necesarias para llegar a esos desarrollos, pero también los defectos y los vicios de nuestra propia condición.

Los datos que se usen para entrenar los algoritmos deberán tener la calidad, representatividad y confidencialidad necesarias para evitar perpetuar desigualdades e inequidades en la atención sanitaria. El acceso, con capacidad real de análisis, a información biológica de pacientes y de comunidades enteras solo deberá ser posible cumpliendo con regulaciones estrictas y tecnologías robustas de protección de datos.

La masificación de la IA y su segura omnipresencia en la práctica clínica diaria harán manifiesta la necesidad de formar a los profesionales de la salud en el uso de estas herramientas de manera ética, efectiva y segura. Sería desastroso en términos sociales resistirnos al cambio, negándolo.

Por último, debemos, como sociedad, exigir a nuestros legisladores que establezcan marcos normativos que guíen el uso prudente y responsable de la IA en salud, garantizando que estas tecnologías beneficien a todos los pacientes y no solo a aquellos con acceso a recursos avanzados.

hmbaquero@gmail.com

@hmbaquero