Las marchas y manifestaciones han desempeñado un papel crucial en la dinámica de los cambios sociales a lo largo de la historia. Estos eventos han sido catalizadores potentes para transformaciones sociales y políticas, y van más allá de la lectura superficial que las considera únicamente como expresiones de disconformidad. Al convocar grandes masas de personas, las marchas visibilizan problemas que, de otro modo, podrían permanecer ocultos o ser minimizados por los medios de comunicación y las estructuras de poder.

En nuestro país, las marchas tienen historia. La movilización del 4 de febrero de 2008, llamada Un millón de voces contra las FARC, marcó un punto de inflexión en la forma en que la sociedad percibía los crímenes y vejámenes realizados por ese grupo guerrillero. Determinante también resultó el llamado estallido social de 2021, pues a partir de los hechos que ocurrieron durante su realización, se construyó la plataforma política del cambio.

Con estos dos ejemplos relativamente recientes, ahora se nos convoca este domingo 21 de abril a la Marcha de las Batas Blancas. Este evento, originado en el gremio de la salud, busca manifestar las preocupaciones existentes alrededor de la sostenibilidad integral de nuestro sistema general de seguridad social en salud. Además, los organizadores pretenden resaltar la imperiosa necesidad de construir una propuesta de reforma de manera responsable y, en lo posible, concertada con todos los actores. Es claro para los convocantes que los resultados en salud deben valorarse tanto como las finanzas del sistema, poniendo a los seres humanos —pacientes y trabajadores — en el centro de la anhelada construcción colectiva.

El verdadero poder de las marchas radica en su capacidad para unir a diversas agrupaciones en torno a un propósito unificado, estableciendo una base común desde la que se pueden expresar y negociar demandas y propuestas concretas. Por ello, el gremio de la salud invita a otros sectores de la sociedad a sumarse y apoyar la Marcha de las Batas Blancas, entendiendo que la solidaridad colectiva es el motor que impulsa transformaciones significativas y duraderas. En la unión y en el diálogo intersectorial reside la fuerza que puede catalizar el cambio deseado en nuestro sistema de salud.

Sin embargo, este poderoso instrumento no está exento de desafíos. La instrumentalización de las marchas es un riesgo real, donde actores con agendas específicas pueden desviar el curso de movimientos genuinos hacia fines particulares. Este riesgo subraya la necesidad de mantener la autenticidad y la transparencia en la organización y ejecución de estas manifestaciones. La credibilidad de una marcha, y por ende su capacidad para efectuar cambios reales, depende de su integridad y de la claridad de sus objetivos.

La marcha pacífica debe ser un símbolo de unidad y fortaleza comunitaria, no un escenario para la disputa partidista. Al participar en ellas, cada ciudadano no solo ejerce su derecho a la protesta, sino que también asume la responsabilidad de preservar la dignidad y la legitimidad del acto. Así, las marchas seguirán siendo una representación poderosa y efectiva del deseo colectivo de justicia y mejora, reflejando la fuerza y la unidad de la sociedad en su conjunto.