En la historia de la humanidad, existen innumerables referencias al uso intencionado de sustancias para alterar la conciencia.

La celebración de rituales religiosos y espirituales en muchas culturas antiguas se acompañaba del consumo de plantas y productos derivados de ellas, con efectos sobre las funciones mentales. En épocas más recientes, además de la utilización de estos productos con fines recreativos, su consumo se ha asociado con la intención de lograr una mayor comprensión de la conciencia, la percepción y la experiencia humana.

Un grupo de estas sustancias con poder psicotrópico son los llamados opioides. Como grupo, son derivadas del opio, una sustancia natural extraída de las cápsulas de la adormidera (Papaver somniferum). Este grupo de sustancias, al cual pertenecen la morfina, la codeína, la oxicodona, la hidromorfona y el fentanilo, también tiene un potente efecto analgésico, lo que ha contribuido a que su consumo se popularice entre los pacientes afectados por dolores agudos o crónicos, incluso a pesar de que existan muchas alertas acerca de su gran potencial adictivo.

En las últimas tres décadas, el consumo problemático de opioides en Estados Unidos ha crecido hasta el punto de ser catalogado por algunos como una epidemia. Según cifras de organismos gubernamentales norteamericanos, en los primeros 20 años de este siglo, cerca de 500.000 personas murieron por una sobredosis relacionada con alguna de estas sustancias, ya sea porque se consumieron de manera ilegal o recetadas por un médico. En el último año, los datos preliminares muestran que cerca de 93.000 personas fallecieron por esta causa.

Recientemente, a la ya dramática situación anterior, se le ha sumado el consumo de estas sustancias, particularmente fentanilo, mezclado con drogas de uso veterinario como la xilacina. Los efectos de estos venenos son tan devastadores que han recibido el nombre de drogas zombie, en referencia a que inducen la pérdida de la autodeterminación en las personas que las consumen.

En Colombia, las autoridades han empezado a reportar tráfico ilícito de fentanilo y la destrucción de sitios artesanales para su producción y combinación con otras drogas. Ya disparadas estas alarmas, es deseable que el gobierno realice estudios para visibilizar la magnitud del fenómeno del consumo de opioides en el país y así, en caso de ser necesario, poder intervenirlo antes de que se convierta en un problema de salud pública como sucedió en Estados Unidos.

Como ciudadanos responsables, debemos ocuparnos de que en esta oportunidad, la guerra contra estas drogas no se dé solo en el campo legal. Los esfuerzos que se hagan en educar, incluido el personal de salud, acerca de lo complejo que puede resultar iniciarse en el consumo de estas sustancias, salvarán las vidas de muchos colombianos.

@hmbaquero