Cuando en salud pública nos referimos a los nacidos vivos dentro de una población específica en un período determinado de tiempo y lo expresamos por cada mil habitantes, estamos hablando de la tasa de natalidad. Su cálculo, junto con otros indicadores, nos permite seguir el crecimiento demográfico de las poblaciones aportando información para las proyecciones del volumen y distribución geográfica de las próximas generaciones.
La conjunción de factores ambientales, culturales y biológicos, entre otros, ha generado fluctuaciones en las tasas de natalidad de los países y los continentes a través de la historia. Antes del siglo XVIII las catástrofes naturales y sociales determinaban las tendencias crecientes o decrecientes de los nacimientos. A partir del siglo XIX el desarrollo económico de algunas regiones trajo como consecuencia la sostenibilidad de las estrategias para el control de la natalidad en ellas, lo cual condujo a que de manera progresiva se disminuyeran sus nacimientos anuales a valores que empezaron a comprometer la posibilidad de reposición generacional.
Algunas regiones con menor desarrollo económico en Asia y África, y con estructuras poblacionales jóvenes, no han conseguido aún masificar los avances en temas relacionados con salud reproductiva, lo cual de manera indirecta se puede evidenciar en tasas de natalidad muy por encima del promedio mundial. En Latinoamérica muchos países han logrado disminuciones importantes en sus tasas de natalidad en los últimos 60 años, incluso, sin aún poder cerrar la brecha entre las regiones ricas y pobres de sus territorios.
Con los escenarios de nacimientos antes descritos nos agarró la pandemia. Por obvias razones, todas nuestras capacidades han estado concentradas primero en la atención de la patología aguda y ahora en los planes de vacunación. Poco tiempo hemos tenido para analizar los efectos diferenciales de esta emergencia de salud pública mundial sobre indicadores como la tasa de natalidad.
Reportes preliminares de España, Italia y Francia muestran que los nacimientos en los últimos meses disminuyeron hasta en un 23% con respecto a los de los mismos meses del año anterior. Las causas para el descenso tan marcado de los nacimientos en estos países parecen aglutinarse alrededor de la incertidumbre vital y laboral reinante durante los primeros meses de la epidemia, incluida la generada por la siempre presente posibilidad de daño fetal. En palabras claras, se decidió aplazar los embarazos.
En los lugares menos desarrollados el impacto parece haber sido opuesto, pues se empieza a evidenciar lo que parece ser un auge de la natalidad. En estas poblaciones la pandemia alteró significativamente las cadenas de suministros de medicamentos, entre ellos la de los anticonceptivos orales, los preservativos y los dispositivos intrauterinos. Lo anterior, unido a la crisis económica que disminuyó la capacidad de adquisición de los escasos métodos de planificación disponible, limitó las posibilidades de decidir a las parejas de estos territorios. Reportes realizados por organizaciones internacionales no gubernamentales calculan que solo el impacto del desabastecimiento anotado provocará alrededor de 15 millones de embarazos no deseados.
En el país aún no contamos con cifras que nos permitan evaluar el impacto de la pandemia en la natalidad. Es deseable dedicar ahora esfuerzos para hacer evidentes las nuevas realidades, especialmente cuando debemos entrar próximamente en la construcción del nuevo plan decenal de salud pública.
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