Esta semana sucedieron tres hechos que de no ser entendidos y, a partir de ahí, atendidos prontamente, cambiarán de manera radical el curso de la pandemia en nuestra región, país y en el planeta.
Además del impacto mediato, pueden generar debilidades permanentes en muchos sistemas sanitarios del mundo, dejándonos muy expuestos a eventos futuros que involucren amenazas para la salud pública. En un momento de tanta incertidumbre, perder la confianza en las instituciones o personas que nos han brindado el soporte para poder llegar hasta donde estamos en términos de salud y bienestar, puede ser catastrófico.
El primero: A nivel global, los duros cuestionamientos a revistas prestigiosas que tradicionalmente han divulgado el conocimiento científico, por parte de un gran número de investigadores que percibieron errores poco usuales en sus datos. En los resultados de estudios relacionados con intervenciones terapéuticas para la COVID-19, los números “no cuadraban”, es decir, las cifras reportadas como base para los análisis no coincidían con las fuentes oficiales.
Este hecho despertó desconfianza en algunos lectores, que enviaron una comunicación pública sugiriendo la posibilidad de que los datos habrían sido manipulados por los autores, con fines que podrían ir desde la necesidad de subir en escalafones académicos hasta la de hacer ataques a figuras políticas con las cuales no comparten ideologías.
La segunda sucedió en Colombia. El presidente y el ministro de Salud, en unas desafortunadas declaraciones, tiraron un manto de duda sobre la integridad ética, moral y humana de los profesionales que a diario exponen su vida y la de sus familias al trabajar en los sitios hospitalarios más altamente contaminados. Esto, luego de más de cuatro meses de reiterar la necesidad de fortalecer las unidades de cuidados intensivos, de disponer de ventiladores para atender a los pacientes más graves y de centrar las esperanzas en el talento humano que atendería a los casos graves que ameritaran cuidados especiales.
Estos mensajes propician un clima de desconfianza en la comunidad que disminuye la posibilidad de recibir atenciones oportunas y generan zozobra en el equipo sanitario.
La tercera es local y no por ella menos grave. De manera irresponsable se ha difundido por redes sociales y algunos medios de comunicación, información que sugiere que las entidades de salud tienen la intención oculta de infectar personas y limitarlas en sus libertades.
El temor que esto ha generado sobre los entes que ejercen la vigilancia epidemiológica intensiva, una estrategia probada y segura para el control de la pandemia, limita las probabilidades de diagnóstico temprano y de controlar los brotes que seguramente van a seguir apareciendo mientras no logremos obtener vía vacuna -o desastroso contagio masivo- una inmunidad que dificulte la diseminación del virus.
La confianza es una cualidad de los seres vivos, especialmente de los humanos. Los animales confían, pero ellos lo hacen de manera instintiva. Nosotros debemos construirla consciente y voluntariamente, y se requiere trabajo y esfuerzo. La confianza mutua entre los compañeros del equipo de salud, investigadores, asistenciales, administrativos, incluidos los funcionarios de las instituciones regentes, propician un clima de convivencia adecuada para alcanzar objetivos comunes.
Es deseable que las situaciones narradas obedezcan a hechos desafortunados aislados y no a una tendencia que llegó para quedarse. Desconfiar unos de otros solo agravará las consecuencias de esta pandemia.
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