Hermanos menores
Como sucede en otras culturas, hay en Colombia un pueblo indígena que conserva las tradiciones ancestrales y tiene una cosmovisión que une lo espiritual, lo material y lo sagrado enfocándose en el respeto y la solidaridad indispensables para vivir en armonía. Para las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta la humanidad desciende de sus tribus, razón por la cual se autodenominan hermanos mayores. Koguis, wiwas, arhuacos y kankuamos, que se perciben como guardianes del equilibrio de la tierra, se rigen por una ley llamada la Ley de Origen o el orden establecido en la naturaleza, vigente e invariable para todos los tiempos. La concepción indígena de que sociedad y naturaleza son una unidad indivisible está respaldada por esta ley que garantiza la supervivencia y ennoblece la convivencia; sin embargo, es una idea que pareciera resultar inalcanzable para el precario intelecto –o la escasa espiritualidad– de nosotros, los “hermanos menores”, como hemos sido llamados quienes somos refractarios a entender la profunda conexión que existe entre los hombres y su entorno.
Los mamos son los preceptores de la ley y depositarios de la sabiduría de los pueblos indígenas. Un mamo no es elegido por votación popular, ni a dedo, ni por meritocracia; un mamo es designado desde su etapa gestacional y está llamado desde la infancia a aprender a interpretar los fenómenos naturales, al hombre, el orden social, el entorno y el territorio, con miras a gobernar con buen juicio y conformar una sociedad que esté en consonancia con el universo.
Es insólito que, a pocos kilómetros de esas cumbres consideradas por los hermanos mayores como el centro del mundo, en las alturas de la urbe marrullera designada por los hermanos menores como capital de Colombia, la visión de existencia y coexistencia pueda ser tan diferente. En la decisión de anular la reelección del procurador Alejandro Ordóñez se reflejan, una vez más, los vicios que imperan en el Estado y son quizá más nocivos que las acciones guerrilleras. Los organismos de control, que deben velar por el buen manejo de los recursos públicos, ejercer control disciplinario de los empleados del Estado y proteger derechos y libertades de los ciudadanos, exigen funcionarios imparciales, intachables y prudentes. Personas con un nivel de conciencia superior que, comprometidas con sus funciones, se acojan a la ley para garantizar el orden, la justicia y la equidad que tanto necesita una sociedad que aspira a vivir en paz. Desde esta perspectiva, Ordóñez, el procurador, fue un político más, amangualado en el poder. Reelegido ilegalmente –según el Consejo de Estado–, se acomodó en su altar a defender su ideología y su extremismo religioso, dejando a su paso por el Ministerio Público una estela de incertidumbres y una cadena de odios; además, puso de manifiesto que los hermanos menores aún estamos en etapa primitiva.
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