Contra lo que opina el gobierno, los paros y las revueltas no son de ahora, sino de siempre. Tampoco por móviles políticos o electorales, sino muchas veces son una justificable protesta social de quienes se sienten atropellados, desatendidos o abandonados por parte de sus patronos o del gobierno. Hoy, por ejemplo, festejamos el día del trabajo porque en 1.886 un primero de mayo se armó en Chicago tremenda protesta pidiendo algo que ya venía siendo demandado en New York desde 1.829: Que la jornada de trabajo se oficializara en ocho horas diarias, y no en las dieciocho que era el tope legal. “Ocho para el trabajo, ocho para la familia, y ocho para el sueño”, pedían. Pero nada. Los zafaban, pues eran épocas de productividad desmedida. El rollo lo habían armado los suizos, por allá en 1.866 haciéndole la segunda a los Marx y a los Bakunin, ambos a cual más radical, quienes montaron una Asociación Internacional de Trabajadores que los gringos disolvieron en Filadelfia nueve años después. Pese a ello, once años más tarde vino el paro, tronco de revuelta y, aunque no existían los narcoguerrillos, algún manifestante lanzó contra la policía una letal bomba, y ahí fue Troya: Plomo a discreción, muertos, juicios acomodados, cana corrida y condenas a muerte, un escándalo internacional que se reflejó en la mayoría de los países, se acogió la solicitud horaria, y se instauró la conmemoración, claro, menos en Estados Unidos ni, por sempiterna solidaridad, en Canadá e Inglaterra donde, aunque no se celebra el día, la jornada también la bajaron a ocho horas. No son, entonces, vainas electoreras de los agrarios uribistas, sino temas a sopesar.

A propósito de estrategias electoreras, a sólo tres semanas del debate presidencial nada que se menea el sancocho, las cosas caminan como por inercia, será de pronto porque las encuestas indican que habrá segunda vuelta, y entonces todo el mundo quieto en primera, a esperar el próximo lanzamiento. Pero no parece ser lo más indicado para los no santistas, que les toca es empujar para que quien quede de segundo pueda ser el contrincante adecuado para Santos, lo que demanda análisis por parte de los votantes. Independientemente de los anhelos goditos, y de la tenacidad de la candidata azul, ella está estancada, y sin señales de despegar; la izquierda debe fungir como necesaria oposición; y quedamos entonces con el cachaquísimo Peñaloza, fue un buen alcalde, Bogotá coronaría, y su fórmula, aunque también cachaca, es hija del cartagenero Rodolfo Segovia; y con el uribista Zuluaga, de quien se aspira retome lo bueno de Uribe. Zuluaga, además de ser provinciano, su esposa Martha Ligia Martínez nació en barranquilla, estudió en el Colegio Lourdes, y se graduó como Administradora en la Universidad del Norte. Como quien dice, “quillera” total. Ya que no dimos para imponer vicepresidente, por lo menos tendríamos primera dama. Hay que analizarlo.

rzabarainm@hotmail.com