Vamos, vamos, liceístas, sin desmayos a estudiar, por la patria y la familia vamos todos a triunfar. Tus aulas son manantiales donde calma su inquietud la avidez del pensamiento con surtidores de luz. Afluyen de tus entrañas raudales de juventud que son fuerzas de mañana hechas amor, ciencia y virtud”. Así empieza el himno del Liceo Celedón escrito por Otoniel Martínez Nieves, mi padre, insigne profesor de español y literatura de nuestro ilustre claustro, fui su alumno.

Este 24 de noviembre celebramos 115 años de existencia de nuestro siempre glorioso colegio, que se mantiene en el tiempo y con la calidad académica de siempre, a pesar de los problemas por los que atraviesa la educación pública colombiana. Fue declarado Monumento Nacional en 1993 por su tipo de arquitectura representativa del período en que fue construido.

Me considero un afortunado por la educación académica que tuve desde primaria y debo destacar, en orden cronológico, al Liceo del Caribe, cuando quedaba frente al Parque de los Novios y donde cursé la primaria y unos años del bachillerato y recibí una gran formación como persona y estudiante. Luego pasé al Liceo Celedón a terminar esa formación a unos niveles que me han llenado de orgullo toda la vida y he sacado pecho frente a bachilleres de varios países, que he conocido haciendo camino al andar. Tremenda formación que recibimos los de mi generación con el lujo de profesores que tuvimos la fortuna de conocer y recibir de ellos no sólo su conocimiento como Profesores de sus materias sino, también, como Maestros de la vida. Eran unos bacanes, personas amorosas que sabían transmitir el conocimiento en un coemocionar con los alumnos en el que quedaba garantizado que ese aprendizaje se había dado en el estado emocional del gozo intelectual, algo que nunca se olvida.

Ser estudiante del Celedón era un prestigio, no sólo por su historia sino porque implicaba que debía ser uno muy buen estudiante para sostener ese prestigio, también era responsabilidad del estudiantado mantener el nivel. De ahí nace el orgullo de ser liceístas, porque nos enseñaron a construir con esfuerzo y dedicación nuestra propia autoestima como futuros estudiantes para las profesiones que asumiéramos. Ese es un valor intrínseco que descubrí con el paso de los años hasta convertirme en profesional de la medicina y, posteriormente, en profesor. El ABC de primaria y bachillerato es irremplazable, es la base de todo el conocimiento.

El Liceo Celedón me regaló también grandes amigos, personas a quienes quiero mucho porque fueron referentes bien claros de lo que significa la amistad, queridos en el tiempo y la distancia.

“Y mañana que termine nuestra batalla escolar, veneremos con orgullo de liceísta integral, el recuerdo bien amado de la estampa tutelar que preside con su nombre nuestro claustro señorial”.

¡Loas por siempre al glorioso Liceo Celedón!

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