Espero que la reedición del tan esperado clásico regional de fútbol entre el Atlético Junior de Barranquilla y el Unión Magdalena de Santa Marta, se haya desarrollado como debe ser: una tremenda fiesta para regocijo de ambas aficiones; espero, también, que haya ganado mi equipo, el Unión, por supuesto.

Desde el inaceptable asesinato de Andrés Escobar después del mundial de 1994, me retiré de manera radical de los estadios de fútbol en Colombia en señal de respeto a la memoria de una de los grandes futbolistas de nuestro país, masacrado de forma infame por quién sabe qué grupo violento de los muchos que nos habitan. Sólo me he permitido en una ocasión asistir a un estadio y fue al Sierra Nevada de Santa Marta, para conocerlo; permiso que me concedí por considerar que ha sido un luto bien guardado y un duelo bien elaborado.

Hubiera podido asistir ayer con base en esas reflexiones, pero se atravesaron unas consideraciones, empezando por la inocultable realidad de estar ya casi saliendo de la pandemia, pero que no me resulta confiable bajar mi guardia teniendo en cuenta nuestra irresponsabilidad colectiva ante las medidas de bioseguridad. Aunque debo mencionar un cierto temor a que este regreso a los clásicos de la Costa Norte de Colombia no terminen en esa situación de mal gusto que es la violencia en los estadios, algo que debería estar borrado del clima de celebración de estos partidos independiente de quién gane. Es que uno acude al estadio y paga un boleto en busca de diversión, que es lo que se supone que va uno a buscar en un estadio de fútbol, no a estar preocupado porque pueda presentarse algo lamentable.

En mis memorias anteriores de estos clásicos, más allá de animar al equipo y gritar en contra del otro era lo más peligroso y, generalmente, eso terminaba en un abrazo entre las dos barras y aquí no ha pasado nada. Lástima que no sea la misma situación en la actualidad y que me sienta un tanto dudoso del regreso a los clásicos ante sucesos recientes que han generado críticas a las plazas por los comportamientos de algunos hinchas que ven al contrario como enemigo y no como rival. No es una batalla, es un partido de fútbol.

La gran diferencia con respecto a verlos por televisión es que en mi casa controlo el volumen del televisor y no tengo que escuchar a los comentaristas que repiten de manera estereotipada la manida frase en la que le dan vida propia a objetos inanimados diciendo “Y el palo le dice que no” cuando el balón rebota en ellos. Entiendo que siguen repitiéndolo como parte de esas verdades que se han inventado y que se repiten para confirmarse. Aunque en el estadio puede ser peor porque somos un país de 50 millones de habitantes, de los cuales el 50% nos consideramos técnicos de fútbol y mejores que Guardiola, Klop, Ancheloti o cualquiera de la élite.

Ojalá se haya vivido una fiesta en el Metropolitano que me indique que puedo asistir con mis hijas menores al estadio a ver estos clásicos porque les he dicho que se trata de una fiesta especial que quiero que compartan conmigo.

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