Todo empezó con un video que me enviaron acerca de una idea brillante para promover la lectura en Alemania usando una cabina telefónica transformada en mini biblioteca a la que se puede llegar para donar un libro o tomar alguno de los que hay ahí. Al rato, me llegó una foto mostrando una pequeña caseta con la misma idea en un parque de esta ciudad y cuyo nombre desconocía, Realismo Mágico, ubicado en la carrera 65 con calle 98. Al lado de la caseta con libros hay un adulto joven con una gorra que dice Ciudadano de Honor, debe ser el autor de la idea, no dice su nombre.
Lo comenté con mis hijas menores de 15 y 7 años, ambas lectoras, y les pareció genial la idea de hacer un picnic en ese parque para ir a leer, donar un libro y tomar alguno, con el fin de disfrutar del placer inmenso de tenerlo en las manos, olerlo y leerlo. Quedamos en que cada uno escogería uno para llevar, yo seleccioné un poemario de mi padre, Otoniel Martínez, no hay mejor espacio para que puedan leerlo. Eso me emocionó.
En un chat grupal en el que participo con Jorge Senior, filósofo e investigador científico, estuvimos cruzando notas acerca de libros y apareció el nombre de Fritjof Capra y uno de sus clásicos El Tao de la Física, con tan buena fortuna para mí que Jorge lo tenía y se ofreció a regalármelo, honor que se agradece entre lectores porque es un regalo para quien lo recibe y un desprendimiento de quien lo dona, en un coemocionar en los niveles intelectivos que plantea la temática del libro.
¿Dónde creen que me citó Jorge para entregarme el libro? En el Parque Realismo Mágico. ¿Ya se la van pillando? Esa es la magia de la literatura, la que permite trascender en la adquisición de un nuevo conocimiento. Ahí llegué con Gala y Fiorella, cada una con su libro para donar. Jorge me tenía una doble sorpresa. De ñapa, me regaló Las siete leyes del caos, de John Briggs y F. David Peat, y me mostró una donación que había hecho de un escrito suyo –Pautas para la redacción de artículos de alto nivel académico- en la revista cultural Academia Libre de la Universidad Libre. Ese lo tomé con la intención de devolverlo a la caseta apenas lo termine.
El parque es bellísimo, con zonas para que jueguen los niños, una banca para sentarse a leer, pinturas alusivas al realismo mágico, oxígeno para el cerebro.
Ese parque hay que cuidarlo. Lo digo desde lo que representa en una ciudad donde los pocos que leen añoran un espacio así; y también desde la seguridad de las personas, pues queda en el otro extremo del bulevar de los centros comerciales de esa zona y eso lo hace vulnerable a la inseguridad actual.








