La tragedia de Romeo y Julieta ha sido explorada desde diversos puntos de vista, y su representación siempre logra atraparnos por el lado de los amores prohibidos. En el caso de Tanna, los directores australianos Martin Butler y Bentley Dean, con su experiencia como documentalistas, recrean un caso real sucedido en la tribu indígena Yakel en la isla de Tanna, que hace parte del archipiélago de Vanuatu, en el Pacífico Sur.
Y es preciso esta exótica localización lo que hace la diferencia en esta cinta, que no cuenta con ningún elemento artificial en su escenografía, y los actores no son profesionales. El filme nos muestra el estilo de vida real de las tribus de la región, que se han mantenido casi intactas, a pesar de la cercanía de la cultura occidental, y son sus propios integrantes quienes protagonizan el drama que aquí se cuenta.
La trágica historia tuvo lugar en 1987, y la experiencia fue tan fuerte que hizo cambiar los rituales matrimoniales que se seguían hasta el momento en dichas comunidades. El romance entre Wawa (Marie Wawa) y Dain (Mungau Dain), nieto del jefe de la tribu y futuro sucesor, empezó desde niños, y perduró hasta que llegaron a la edad adulta. Ninguno de los dos permitiría que un arreglo nupcial los separase.
Pero para la tribu, casarse por amor era inconcebible. El matrimonio, al igual que el de la reina Isabel y el príncipe Felipe de Inglaterra, como lo deja entender irónicamente el jefe de la tribu, es un arreglo decidido por los progenitores para lograr beneficios para la comunidad. En este caso se trataba de hacer la paz con los Imedin, otro clan con el cual hubo muchas disputas territoriales que habían dejado ya varias muertes.
La película muestra cómo los directores lograron introducirse dentro de la cultura local, que en ocasiones recuerda escenas de El Abrazo de la Serpiente, para mostrarnos sus costumbres, su estilo de vida, su vestimenta, sus danzas y ritos, y hasta algo de lo que piensan respecto a las normas occidentales, sobre lo cual quedamos con ganas de saber más.
Las cosas simples son a veces las más profundas, como dice la canción, y esa es la sensación que queda después de ver este filme. Aunque vivimos los sentimientos de dolor, ira y frustración que producen los amores prohibidos, confrontados por lo general con absurdos cánones sociales o religiosos, la película no entra en cuestionamientos o juicios de valor, y la aproximación al problema resulta simple y, podría decirse, ingenua.
Las actuaciones, si se tiene en cuenta que estos personajes no conocían el cine anteriormente, son excepcionales, en especial la de Marceline Rofit en el rol de Selin, la hermana traviesa
de Wawa.
Los paisajes, sobre todo aquellos filmados alrededor del volcán en actividad, con sus colores y rugidos, le dan un tono extraño y místico, que compensa cualquier falencia que pueda tener la parte narrativa.
La película fue nominada al Oscar por Australia en la categoría de Mejor Película en Idioma Extranjero y se presenta en diversas plataformas digitales.








