El filme de ficción retrata la decadencia que le sigue al éxito.
El reencuentro con amores del pasado se ha revisado de distinta forma en dos de las producciones presentadas en el Festival de Cine de Cannes: Dolor y Gloria, de Pedro Almodóvar, y Claude Lelouch con su secuencia de Un Hombre y Una Mujer cincuenta años después.
Si bien toda producción artística lleva algo de autobiográfico, Dolor y Gloria es la película de Almodóvar con más referencias a ello, lo que la cataloga como auto ficción, hecho que se percibe no solo en el relato, sino también en el reparto, que cuenta con varios de los actores con los que se inició.
Antonio Banderas interpreta a Salvador, un cineasta que se ha retirado hace unos años, aunque su mente creativa sigue funcionando y llenando de archivos el computador. Sin embargo, cuando el cuerpo no responde debido a las dolencias que le aquejan, como problemas respiratorios, dolores de espalda y migrañas, es mucho lo que hay por reevaluar.
Un encuentro con una vieja amiga, Zulema (Cecilia Roth), lo lleva a reencontrarse con Alberto (Asier Etxeandia), actor con quien se peleó tiempo atrás, y quien lo introduce a la heroína, hecho que da para que éste interprete un excelente monólogo sobre la adicción. Esto a su vez da lugar a otro encuentro con un amor del pasado, Salvador (Leonardo Sbaraglia), esos que nunca quedan resueltos, como en Lelouch, y que termina en un apasionado beso “entre dos hombres de 50, pocas veces visto en pantalla”, como afirmó el director.
En vista de que la filmoteca planea proyectar una versión restaurada de “Sabor”, cinta que significó su gloria en 1986, el afligido Salvador empieza a reactivar recuerdos. Teniendo en cuenta que “la mirada cambia, pero el filme no”, la película, que pasa dentro de otra película, juega entre pasado y presente, para dejar que el espectador la absorba y arme a su manera el rompecabezas de la confesión.
Son muchos los temas que se tocan además de la gloria y el dolor, porque el filme cuenta no solo lo que pasó, sino lo que pudo haber pasado, pero no pasó, como la heroína, que nunca probó, pero bien podría haber probado, en esa época de liberación cuando “las drogas se miraban como un paso a la liberación”.
Penélope Cruz hace el papel de la madre en las escenas donde Salvador recuerda su niñez, una niñez marcada por las experiencias de un niño diferente y en extremo sensible. Con escenas que evocan a Bergman y Saura, a Dalí y Picasso, pero con la sensibilidad propia de un Almodóvar más franco y honesto que nunca, esta película nos toca las fibras más profundas. No es casual que Antonio Banderas haya derramado una lágrima en la rueda de prensa, confesando cómo tuvo que “destruir a Antonio Banderas para representar el papel”.
No es fácil admitir fragilidad cuando hemos experimentado la gloria y son esos quebrantos de salud los que ponen en evidencia cuán vulnerables somos, cuán falible es lo que hacemos y que no somos tan invencibles como pensábamos. La “ley del deseo” se transforma entonces en una “lista de abstinencias” como confiesa Almodóvar que se ha convertido su vida.








