A raíz de una reciente columna donde yo preguntaba si Barranquilla era una burbuja a punto de estallar –tomando como referencia unas cifras inobjetables en materia de pobreza, informalidad laboral, exclusión social y microtráfico–, algunas personas me pidieron propuestas frente a esta compleja realidad.
Desde mi humilde condición de columnista de EL HERALDO, la primera recomendación que yo haría sería que aterricemos. Es un propósito que deberíamos fijarnos en el año que está a punto de nacer.
Haciendo gala de un risible parroquialismo, hemos inventado, para mercadear a Barranquilla, extravagancias publicitarias como ‘el mejor vividero del mundo’ o ‘la capital del TLC’, cuando lo sensato y realista sería el ejercicio de producir una iconografía objetiva sobre la ciudad, sin que ello implique abandonar el optimismo sobre nuestro futuro y nuestras posibilidades.
La convocatoria, por tanto, es a que pongamos los pies en la tierra y situemos a la ciudad en su justo lugar en el mapa de ciudades colombianas, latinas y del resto del mundo. Barranquilla ha avanzado, pero tampoco es para vanagloriarnos o creernos el ombligo del globo terráqueo, pues no solo estamos lejos de otras ciudades colombianas y de América Latina, sino a años luz de las grandes capitales del mundo que hoy lideran los rankings de las ciudades inteligentes, innovadoras, prósperas, competitivas y ecológicas.
Nada hacemos con inventarnos arrogantes espejismos que no resistan luego el menor soplo crítico cuando se trata de hacer comparaciones. Lo procedente es una actitud cuerda, sin ínfulas de ningún tipo.
Barranquilla ha recobrado la dinámica de sus tiempos pujantes y posee un indiscutible potencial, pero tiene monumentales carencias que debe superar si quiere encarar mejor el siglo XXI.
La ciudad, incluyo su entorno metropolitano, tiene que pensarse en términos de largo plazo, dentro de un riguroso diseño estratégico, para establecer cuáles serán sus demandas en alimentación, agua, energía, salud, educación, vivienda, ambiente y transporte en los próximos 40 o 50 años, al tiempo que se resuelven de la mejor manera las actuales. Las nuevas tecnologías deben hacer de la Administración Distrital un paradigma de transparencia; estimular, a la vez, la insurgencia de un ciudadano activo, informado y autónomo, y dotar a las comunidades de soluciones digitales que resuelvan sus problemas y mejoren su calidad de vida. Y hay que consolidar un modelo de gobernabilidad donde sea permanente la coordinación entre todos los actores públicos, y entre estos y los actores privados y de la sociedad civil.
Tales son, a grandes rasgos, las exigentes tareas de Barranquilla, y su realización dependerá del liderazgo de los alcaldes, unido a la voluntad transformadora de todos los actores estratégicos y de los ciudadanos comunes y silvestres.
@HoracioBrieva