Los temas del voto y del poder político es preferible tratarlos en periodos de paz electoral, dado que se pueden abordar con menos emoción y mayor racionalidad.
Existe un debate sobre la democracia a propósito de qué significa tener poder político. Frecuentemente la democracia se reduce al voto (al menos eso pensamos corrientemente en América latina); y desde el poder político se ha querido por doquier hacer creer que la democracia es la libertad de ejercer el voto, sin discutir o aclarar qué significa ello y qué hay detrás de la expresión del voto.
Sin el voto, quienes no tienen poder político estarían oprimidos o serían presa de quienes tienen poder. Por ello el voto se llegó a convertir en poder político. Y no tener voto era ante todo falta de poder. De alguna manera el voto se instauró para protegerse de los gobiernos y de quienes tenían poder, y por eso el voto debía ser individual y directo en la medida de lo posible, de lo contrario no sería muy útil.
Cuando el voto se extiende, se vuelve más universal, y aparecen los grupos y sectores que apoyan a las clases dominantes en un momento y luego apoyan al pueblo en otro momento. Y estos disponen de discursos en pro de los primeros y después tienen o utilizan discursos a favor del segundo. Todo esto desde el Siglo XIX hasta el presente. En los países democráticos se pueden observar grupos que defienden principios expresados para apoyar a los sectores dominantes y que riñen con principios manifestados a favor del pueblo, sin que les preocupe o sin que les importe la oposición o contradicción que eso representa.
A estos grupos o sectores sociales, en forma de partidos, movimientos, corrientes o tendencias políticas, lo que en realidad les importa es que la ciudadanía no vea, o no perciba, la contradicción de sus discursos; de tal manera que los ciudadanos puedan caer en la trampa o en el señuelo de aquellos que sí los comprenden y los utilizan en campañas electorales para obtener votos. Estas discusiones que vienen desde el siglo antepasado son muy similares a los debates que hoy se dan sobre el voto de los pobres y de los más ignorantes políticamente. Y antes se daba por quienes se oponían al voto de la mujer, o por aquellos que hoy, en Colombia, se oponen al derecho de los ciudadanos a participar para tomar decisiones directamente sobre asuntos públicos (como las Consultas Previas o las Consultas Populares sobre minería o agua), para protestar, o cuando son consultados sobre algo.
Hoy, hay quienes se oponen al voto obligatorio porque piensan que la única forma de encontrar mayorías es a través del voto que ellos puedan controlar, sobre todo si esa mayoría en un momento determinado les es favorable, si esas mayorías son más importantes que otras mayorías, o si esas mismas mayorías se expresan sobre otro tema candente o de otra manera como sucede en las calles de nuestras ciudades o caminos rurales. Pero, a través del voto, también se logran y se expresan otras mayorías que se manifiestan directamente para decidir y para ser escuchados, no necesariamente para construir una representación. Particularmente cuando esa representación se ha convertido en un instrumento de vasallaje, de opresión, de manipulación, o cuando esa representación es corrupta y se ha configurado de manera autoritaria o excluyente en el ejercicio de dicha representación.