Gran parte del Caribe colombiano vivió – El carnaval – las comparsas, las tamboras retumbaban, el bullerengue, la cumbia, los disfraces y los colores; la cultura con su historia y su contemporaneidad, desfilaron por las calles de los pueblos ardientes que encendían los cuerpos de propios y foráneos, indiscutiblemente el carnaval es algo que impacta – todo- la economía, la dinámica social, la cotidianidad, nada sigue igual cuando una tradición de esta talla se toma a nuestra región.
Si esta manifestación cultural sucede en paz, sin violencias basadas en género, con seguridad para todos, todas y todes, con profundo respeto por la diversidad, tradición, las cantaoras, las danzas, los y las sabedoras, los ancestros, con inclusión social, entonces, valió la pena todo, si por el contrario es escenario de disputas, conflictos, discriminaciones o entre tristes paradojas de comercialización extrema de un patrimonio inmaterial, entonces hay que llorar no solo la muerte de Joselito, sino también la catástrofe de perder un tesoro identitario que sostiene el poder re-humanizador de la cultura.
Esta reflexión la hago, porque he leído y escuchado comentarios de lamentación porque en diferentes ciudades del caribe -los carnavales – representan más a las marcas comerciales, el desorden, la exclusión de lo fundamental (la tradición) para elevar la agenda comercial, que al sentir de un pueblo; lo cual, los hace parecer más un desfile de camiones, marcas, empresas, los mejores postores y la conveniencia.
Se oye el lamento que eso del carnaval de los pueblos que propiciaba la inclusión social, la creatividad, el invento de cheveridades y todo lo que implicara movimiento cultural, no es que sea la agenda que marca la esencia de los carnavales actuales.
Personalmente debo decir que vi la trasmisión de la Batalla de Flores de Barranquilla y sentí que veía una caravana industrializada donde extrañé las tradicionales carrozas, algunos disfraces, personajes, danzas; observé una invasión de elementos que podrían corresponder más a otros escenarios que al carnaval, es que el carnaval no es una maratón de “TikTokers” “Youtubers” o cualquier otro invento de la llamada nueva ola o era digital (con los cuales no tengo nada en contra) sin embargo, cada cosa en su lugar.
Causa mucha tristeza que los carnavales parezcan un festival de pautas, se entiende que se necesiten los patrocinios, pero no todo se agota ahí y debe cuidarse la esencia, porque estamos en un momento de la historia que lo que es, no es, sino que parece, por ejemplo, los festivales vallenatos parecen maratones de reguetoneros, las ferias de libro plataforma de “influencers” que de escritoras y así sucesivamente podría dar muchos ejemplos.
La tradición debe abrazarse con nuevas manifestaciones culturales, porque claramente la cultura sino es dinámica, no merece llamarse cultura, pero dicha dinámica no puede representar el desdibujamiento de lo fundamental, y más para un carnaval que cumple 20 años de haber sido declarado por la Unesco como – Patrimonio Inmaterial de la Humanidad – como el de Barranquilla.
No todo está mal y reconozco los esfuerzos que se hacen, sin embargo, hay que propiciar reflexiones que ayuden a preservar la tradición. Rescato cosas poderosas como La Carnavalada y eventos de pre-carnaval como la – Noche del Río – que conservan el poder de la cultura, pero extraño la exquisitez de la Batalla de Flores o del Festival de Orquesta, que en mi adolescencia era la cita familiar para deleitar la calidad musical de grandes agrupaciones, lamento, que las nuevas generaciones agoten sus expectativas en la era de la postverdad digital y peor, que tengan que recibir la decadencia cultural. Hay cosas que solo ocurren (de la manera que ocurren) en el Caribe Inmenso, la tierra del realismo mágico donde la realidad creativa logra con honores superar la ficción.
Esta columna no es una crítica que pretenda desconocer las gestiones y regar veneno, sino sembrar esperanza de salvación de un Carnaval Caribe – el de Barranquilla y el de todos los pueblos – que no merecen bajo ninguna perspectiva ser descabezados, por el contrario, merecen ser salvaguardados.
Que nada traicione, la tradición!
Como dice Aida Bossa, necesitamos activar el Salvajismo Criollo y unirnos para que no muera la tradición.