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Evocando el Carnaval

Si el Carnaval ha sido parte de nuestra vida, su llegada nos lleva inevitablemente de regreso a la infancia. Porque en cada ciudad o pequeño pueblo del Caribe en donde se celebraba el Carnaval, este enmarcaba un tiempo festivo que podía tener diferentes percepciones según el ciclo vital de los individuos. Así el Carnaval podría disfrutarse bien como bailador o bien como mirón. Aglomerarse alrededor de las casetas o calles en las que los bailadores exhibían sus atuendos de Carnaval era una delectación gratuita que con frecuencia atraía a un público variopinto de mirones, entre los que se encontraban ancianos y también menores de edad.

Un atractivo grande en nuestra infancia eran los juguetes del Carnaval: máscaras disfraces, pistolas de agua, jeringas, globos y otros elementos que el comercio exhibía durante esta temporada.

Antes de participar en las mojaderas nuestras madres nos hacían las advertencias de rigor: los niños se mojan entre niños, los adultos se mojan entre adultos, eviten la violencia. Ello nos recordaba que el Carnaval estaba minuciosamente reglado. Y de allí se desprende también que la percepción acerca de este puede tener énfasis distintos en cada ciudad. Un barranquillero  resaltará lo sensorial diciendo “quien lo vive es quien lo goza”. Un riohachero  invitará a “jugar el Carnaval” y pondrá el acento en el sentido lúdico de este evento festivo.

Una preocupación actual es la de la coexistencia entre el nuevo Código de Policía y las prácticas de profundo arraigo en los carnavales de Colombia. El auténtico Carnaval está lejos de ser un evento anárquico en el que una serie de vándalos pueden desahogar sus impulsos más primarios. Las autoridades deben tener en cuenta que el Carnaval es una fiesta pública que concierne a toda una sociedad, no es un festival que convoca solo a un segmento de esta y puede tener un interés primordialmente utilitario.

El espacio principal de interacción del Carnaval es la calle, pues esta permite la escena abierta y móvil de los desfiles con carrozas, mojaderas, exhibición de disfraces y bailes populares. Dentro del Carnaval el ciudadano anónimo tiene la oportunidad de transformarse durante el tiempo festivo en un héroe, en autoridad transitoria o en un gran personaje social. Adicionalmente, el Carnaval tiene autoridades festivas que en los días principales han desplazado históricamente a la autoridad secular y han dictado bandos públicos que divulgan ante la ciudadanía sus propias normas temporales y pueden establecer sanciones. A finales del siglo XIX el viajero francés Henri Candelier registraba que en Riohacha era licito el que las personas pudiesen ser sacadas de sus casas para que participasen del Carnaval. En la segunda década del siglo XX en esa ciudad ya existía la Universidad Coma, beba y sea feliz que  prescribía alegremente:  “El que bebe se emborracha, el que se emborracha duerme, el que duerme no peca, el que no peca va al cielo y puesto que al cielo vamos, bebamos!”

wilderguerra@gmail.com

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