En uno de nuestros proyectos estamos haciendo una reforma y para eso debíamos tumbar una pared. A un trabajador nuestro le pregunté si necesitaba para eso “una mona”, a lo que jocosamente me contestó: “Ya tengo mi negrita”. ¿De dónde viene la palabra ‘mona’ para referirse a un martillo pesado? ¿Se usa solo aquí en la Costa o también en otras regiones de Colombia o del exterior? Padre Cyrilo y comunidad, B/quilla

La palabra aparece en el Diccionario de americanismos, de la Asociación de Academias de la Lengua Española, que la registra como de uso en el norte de Colombia. Una ‘mona’ es una herramienta más grande y pesada que un martillo corriente, con una cabeza rectangular metálica, que emplean los albañiles para derruir piedras o paredes. El origen de la acepción de ‘martillo pesado’ para la palabra es incierto. Sin embargo, un amigo e historiador español me dijo algo, según él, no traído de los cabellos, pero sin fuentes a la mano: La ciudad argelina de Orán estuvo bajo dominio español entre 1509 y 1791. Hacia 1772, por la amenaza de intervención de la poderosa flota inglesa, los ibéricos terminaron de construir la Mona, un baluarte al que acompañaban dos castillos ya existentes, con los que se conformaba una ciudadela refugio. La Mona fue también un presidio, donde uno de los castigos para los confinados era llevar al hombro un tronco de madera maciza, corto, grueso y muy pesado, que les dificultaba los movimientos, y, además, estaba asegurado a unas cadenas, no propiamente livianas, que, uncidas a sus cuerpos, también debían portar. Así, pues, el nombre de ese castigo se difundió por la península como ‘la mona’, y, luego, por asociación física y en sentido figurado, la parte de madera, gruesa y pesada, se relacionó con la cabeza, gruesa y pesada, de los martillos con que laboraban los albañiles. La palabra cayó en desuso en España, y en Colombia permaneció como arcaísmo. 

García Márquez condenó los adverbios acabados en -mente, pero en Cien años de soledad abundan. ¿Usarlos es un vicio del leguaje? JATS, B/quilla

El no uso de esos adverbios no es un dogma; es un asunto de estilo que García Márquez acogió, del que podemos apartarnos máxime si consideramos que tales adverbios, acertadamente usados, abundan en la literatura española desde la primera frase del Cantar del Mio Cid hasta la obra extensa de Borges. García Márquez no los condenó, pero sí dijo en su autobiografía que eran “un vicio empobrecedor”. En una entrevista para Los Angeles Times afirmó: “El adverbio terminado en -mente es una solución demasiado fácil. Si buscas otra palabra, siempre es mejor”. También: “Antes de Crónica de una muerte anunciada hay muchos. En Crónica creo que hay solo uno. En El amor en los tiempos del cólera no hay ninguno”. Y en otra ocasión: “En mis últimos seis libros no he usado un solo adverbio de modo terminado en -mente porque me parecen feos, largos y fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales”.

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