Hemos tenido la costumbre, no muy saludable, a través de la historia de sostener una economía a nivel nacional casi siempre dependiendo de uno o unos solos productos. La diversificación de las inversiones no nos ha seducido, y si bien el café fue por siglos nuestro principal productor de divisas, en la medida en que los recursos minerales crecieron, se le fue desplazando, quedando todo el Estado dependiendo más de estos últimos en prácticamente la mayoría de sus ingresos.
Primero el petróleo y después el carbón se han constituido en los pilares de nuestra economía; mientras los precios mundiales estuvieron altos, Colombia empezó a vivir una especie de bonanza en la cual la tesorería del Estado mostró excedentes satisfactorios. Pero para no hablar sino del petróleo, la caída de los precios internacionales nos ha colocado a las puertas de un déficit peligroso sin tener a la mano, disponibles, otras alternativas de producción que puedan llenar el hueco. Ni el mismo carbón solamente podría alcanzarnos el equilibrio. Otros minerales como el oro, o el turismo, que apenas arrancan en grandes volúmenes, o los productos de la tierra creciendo, no alcanzan a llenar las arcas que el petróleo ha vaciado.
La empresa Ecopetrol compra bienes y servicios al año por 25 billones de pesos, lo cual es un dinamizador poderosos de los ingresos. Cada año le transfiere a la nación, entre impuestos y regalías, cerca de 5 billones de pesos. En los últimos diez años por estos conceptos Ecopetrol le ha girado al tesoro 208 billones de pesos, correspondiendo a regalías –el oxígeno parcial de las regiones– 60 billones de pesos. No obstante, difícil creerlo, la empresa sufre atentados de ciudadanos irracionales que bajo el paraguas de una supuesta afrenta al medio ambiente hacen estallar explosivos en sus instalaciones en todo el país. El año pasado solamente las voladuras repetidas en el oleoducto caño Limón-Coveñas representó medio punto del Producto Interno Bruto del país.
Pero el tema se vuelve más grave cuando se nos anuncia por el mismo ministerio del ramo que nuestras reservas del crudo solo pueden durar cinco años más. En otras palabras, que de no encontrar nuevos yacimientos muy pronto en ese lapso el país tendría que importar petróleo. El caso es urgente y grave. Hay que encontrar petróleo ya mismo y no planear un futuro sin él, porque, como decíamos al principio de esta columna, las alternativas de ingreso aún no despegan lo ambicionado. Además, mientras se descubren los nuevos pozos, y hay que reconocer que se trabaja en esto, hasta que entren en producción pueden pasar de cuatro a seis años. De modo que no solamente dejaríamos de exportar –actualmente producimos 900 millones de barriles– sino que deberíamos importar el crudo.
Este escenario que parece simple enunciarlo supone un impacto grave a la economía: devaluación pesada, balanza de pagos desequilibrada y los niveles de consumo general se afectarían gravemente, se detendrían el crecimiento y la inversión, con menos regalías o ninguna, y probablemente más impuestos a los contribuyentes. El panorama entonces es sombrío y debe el Gobierno hacer todos los esfuerzos posibles para afrontarlo. Con todo el país respaldándolo, comenzando por el Congreso, que debe echarse sobre los hombros parte de esta responsabilidad.
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