Pasó el momento más esperado del año, y en este caso el momento más esperado de estos dos años, y quince días después volvemos a hablar de carnaval reflexionando sobre sus resultados en miras a ser cada vez mejores. Pero para analizar el carnaval de hoy debemos remontarnos a antes de la pandemia.
A muchos, el subconsciente nos indicaba que el carnaval 2020 iba a ser especial, yo personalmente me lo gocé al máximo y lo viví con éxtasis absoluto. Sin embargo, ya desde ese momento la fiesta presentaba importantes retos relacionados con las tradiciones, los hacedores, el espectáculo, la organización, la planeación y la logística, que hacían parte de conversaciones públicas en donde los hacedores y gestores culturales levantamos la voz. Asimismo, los apasionados por la tradición hemos venido manifestando, hace varios años, la preocupación por el cumplimiento del Plan Especial de Salvaguarda (PES), un documento que, construido en el 2015 de la mano de los actores del carnaval, identificó las principales situaciones que ponen en riesgo las manifestaciones tradicionales de la fiesta, y planteó un plan de acción para mitigarlos que debía ser ejecutado a diez años.
Llegó la Pandemia, trayendo consigo nuevos retos y agudizando los ya identificados en el PES. Un año sin ingresos para la organización, sin el desenfreno y desahogo que permite esta época del año, inestabilidad laboral para hacedores lo cual propició una grave situación económica para muchos, sumado al deterioro en la salud que resultó en el triste fallecimiento de grandes tesoros que se llevaron consigo parte de la memoria de la fiesta. De distintas maneras se conmemoró el carnaval y lo vivimos desde dentro, con melancolía y en los espacios físicos y virtuales que la situación permitió.
Sin embargo, pienso que perdimos una gran oportunidad, así como lo sugerí en el 2020, era vital que las autoridades propiciaran procesos para el fortalecimiento del patrimonio y espacios de planeación con los diferentes estamentos vinculados al carnaval, aprovechando que no había una fiesta que organizar para el 2021 y el tiempo podía destinarse a rediseñar lo que hoy es evidente que requiere evolución. Era la oportunidad para soñar el carnaval deseado y planear cómo hacerlo realidad. Yo me permití soñar con ese carnaval y el año pasado plasme en una de mis columnas mi visión, en la cual imaginé el carnaval del futuro.
Luego de los retos que trajo la pandemia y del reducido espíritu carnavalero que se sintió en época de precarnaval, celebro que, a pesar de las dificultades, se pudo hacer un carnaval para el desahogo, el desenfreno y el reencuentro, que contó con un comportamiento ciudadano ejemplar y una movilización importante de la economía. Sin embargo, fue un carnaval que no evolucionó con respecto a los anteriores, que repitió los mismos problemas y trajo nuevos. Insatisfacción de hacedores, expresiones culturales sin fortalecer, pobreza en el espectáculo, baches, problemas logísticos, Festival de Orquestas con pobre asistencia, oferta de valor no renovada, entre otras. Al mismo tiempo que se resuelven estos problemas, es vital evolucionar y lograr que estos ingresos se irriguen a toda la pirámide comenzando por los hacedores del carnaval y no solo durante los días de fiesta, sino durante todo el año como una verdadera industria creativa.
¿Será que llegaremos un día a alcanzar el verdadero potencial que tiene el carnaval para fortalecer sus manifestaciones culturales, generar un espectáculo de talla internacional, posicionar a la ciudad a nivel mundial, atraer talento, generar empleos y recursos, y construir una industria creativa sólida?
@DCepedaTarud