¿Qué pasaría si en vez de enseñar y enfatizar más en los derechos, lo hacemos desde los deberes?

Me atrevería a afirmar que el efecto sería muy positivo para la generación de una nueva estructura social, basada en la comprensión y apropiación conceptual que todos estamos llamados al cumplimiento de responsabilidades sociales, familiares, políticas, administrativas, jurídicas, laborales y que debemos esforzarnos día a día para cumplirlas generando espacios de honestidad, de eficiencia, de producción de resultados, de sinergia social; contrarios a la paquidermia que surge cuando pensamos que todo debe ser proveído por nuestros padres, nuestros jefes o por el Estado, ese es el resultado que se obtiene cuando se enfatiza en los derechos que tenemos, y no en los deberes, se genera un pensamiento pasivo que día a día se convierte en la base de la exigencia, y no de la responsabilidad, del servicio como aportes individuales y sociales.

Es necesario que sin perder de vista la garantía de nuestros derechos, se pueda también garantizar con efectividad la forma del cumplimiento de nuestros deberes, pues por cada derecho que se exige se tiene uno consigo mismo y otro con los demás; cuando se llegan a niveles tan altos de insatisfacción en el ejercicio de los derechos, el ser humano desvía su curso hacia atajos de vida que le permitan obtener de una manera más fácil, rápida y efectiva el goce y potencialización de su economía, obviando, amañando y cambiando procedimientos desde el abuso de la discrecionalidad de un cargo, que no tiene unos límites reales en la estructura estatal, empresarial, institucional o corporativa claramente establecidos. Por tanto, se vuelve imperioso que existan límites claros e inmunes al ejercicio del poder, para que éste no trasgreda los espacios colectivos en beneficio de la esfera de los intereses personales e individuales sobre los colectivos.

La corrupción necesita frenarse con verdaderos controles sociales e institucionales, capaces de no solo visibilizar y cuestionar la acción del corrupto, sino de poder desplegar un verdadero sistema de frenos que puedan detener a tiempo el exceso de velocidad en el daño social. Ese control que invoco, no puede esperarse que se haga solo en los estrados judiciales a través del ejercicio punitivo del derecho penal, pues es totalmente insuficiente y poco eficaz, por ello intentaré desde la física y la mecánica acudir a lo que es un verdadero sistema de frenos, que para el caso que nos ocupa debe ser desplegado por el control de cada ciudadano, de cada actor social que deberá acudir a la fuerza de fricción que se oponga al movimiento del cuerpo, es decir deberá entrar en el área de contacto precisa, y en opuesta dirección (entiéndase para este escrito que se oponga a la corrupción y a la velocidad que ésta ha alcanzado).

No basta con hacer lo obvio, visible a nuestros ojos, que como reflejo sería pisar el pedal; para que realmente se detenga el vehículo se requiere de un sistema que amplifique la fuerza ejercida a los cuerpos de contacto; todos hacemos ese sistema, participando activa y responsablemente en el control social, tal como lo hacen las pastillas, las bandas, los discos y las campanas para frenar la velocidad de un vehículo; en el sistema de frenado de la corrupción como cultura; es indispensable la articulación de la familia, los centros educativos, y el Estado con el diseño y ejecución de verdaderas políticas públicas basadas en modelos de enseñanza y aprendizaje de sostenibilidad, de valores, cultura emprendedora, generación de empleo digno, soportadas en una socialización enfatizada en los deberes individuales y sociales y que nos reconduzca al verdadero sentido de la moral y la ética.

*Doctora en Sociología Jurídica e Instituciones Políticas

*Vicepresidente Plan de Desarrollo Mundial