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Del dolo a la impunidad

Duele ver cómo entre lágrimas los familiares de las víctimas han hecho un conmovedor llamado a la justicia, al cual se ha sumado gran parte del país, que se ha solidarizado e indignado con la historia de los seis jóvenes que murieron por la imprudencia de un conductor ebrio el pasado 13 de septiembre en una vía del Magdalena. 

La historia de Colombia es también la de un millar de injusticias en las que se suele revictimizar a las víctimas de la conducta punible o criminal de quienes no respetan ni a eso que llamamos ley. El reciente caso de un conductor que en estado de embriaguez arrolló y mató a seis personas en la Troncal del Caribe trae a la memoria colectiva un sinnúmero de episodios similares en los que, como en una clásica telenovela, se confrontan los privilegios del uno y las carencias del otro, y al final de la trama no triunfa la verdadera justicia, sino el poder informal.  

Ante la decisión de una jueza de imponer medida intramural a Enrique Vives Caballero, directo responsable de la lamentable tragedia de Gaira, su abogado solicitó la anulación o enmienda de dicha sentencia por considerarla injusta. ¡¿Injusta?! ¿Qué puede ser más injusto que perder la vida tras ser arrasado por una camioneta que, como toro bravío y desbocado, embiste a todo lo que encuentre a su paso? ¿Qué puede ser más injusto que ser desmembrado de un solo tajo, o volar por los aires tras recibir el más duro e inesperado golpe de la vida, el último de por sí?

En la audiencia de apelación realizada esta semana, se dijo que el apoderado de Vives quiso valerse del inconsistente argumento de que su cliente, que ya contaba con antecedentes de exceso de velocidad y de ebriedad en la vía, no había arrollado a ninguna otra persona en el pasado; esto, con la irrespetuosa intención de culpar o responsabilizar a las víctimas por atravesarse en el camino de quien hoy se encuentra recluido en la cárcel San Sebastián de Ternera, en Cartagena.  

Aunque la intente desdibujar, el jurista bien debe saber que la realidad es esta: tras varias infracciones producto de una reincidente irresponsabilidad al volante, su defendido ya venía trazando la senda de su desgracia, lo que acredita aún más el juicio impuesto en su contra. El que el hombre que atropelló la humanidad de seis familias hoy sea procesado por conducta de dolo eventual no es entonces un exabrupto, sino una consideración legítima en virtud de lo que el acusado merece. 

Duele ver cómo entre lágrimas los familiares de las víctimas han hecho un conmovedor llamado a la justicia, al cual se ha sumado gran parte del país, que se ha solidarizado e indignado con la historia de los seis jóvenes que murieron por la imprudencia de un conductor ebrio el pasado 13 de septiembre en una vía del Magdalena. También duele ver cómo la falta de moderación y de sensatez puede llevarnos en tan solo unos segundos al infierno terrenal, a ser juzgados severamente por la ley penal y por la sociedad, empezar una vida en prisión e incurrir en el craso error de intentar defender lo indefendible con repudiables artimañas. 

Lastimosamente, el tramo del dolo a la impunidad es muy estrecho. En Colombia, que ocupa el quinto lugar en impunidad en América Latina, es común que se otorguen más beneficios a los infractores de la ley que a sus víctimas, como si la dignidad humana no tuviera valor alguno. A Elenoir Romero, María Camila Romero, Rafaela Petit, Laura de Lima, María Camila Martínez y Juan Diego Alzate: que la justicia ampare su memoria.  

@cataredacta

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