La violencia contra la mujer es un lastre que desde mucho antes de Cristo le ha puesto un condicional macabro a la existencia de las que por albur de la creación pertenecemos al género femenino. Historias que dejan sin aire a cualquiera, como la de Gina Paola Rivera Toloza —cuyo cadáver fue hallado bajo tierra el pasado domingo en un solar contiguo al patio de su expareja en Soledad, Atlántico—, deben obligarnos a pensar en la necesidad de reformular el desacertado esquema sobre el que han sido erigidas las sociedades del mundo, uno en que la mujer, incluso antes de nacer, está condenada a soportar lo indecible solo por ser mujer.
Ciudad Paraíso, el barrio donde fue enterrada sin ápice de dignidad la mujer de 31 años, este 18 de agosto se convirtió en un infierno. Hace un mes, el 16 de julio, había sido reportada como desaparecida quien fuera la madre de tres menores. Su hermana Irene, movida por una llamada anónima, se dirigió con un grupo de personas cercanas al lote donde le habían indicado que yacía el cuerpo sin vida de Gina. Empezaron a cavar desesperadamente y, tras notar un brazo que emergía de la tierra, se llenaron de pánico y llamaron a las autoridades para que atendieran el caso. El resto no es historia, es sufrimiento.
Según la Procuraduría General de la Nación, en Colombia, cada dieciocho horas una mujer es asesinada solo por ser mujer. Y la horrible paradoja de estos relatos dolorosos por demás es que casi todos los hombres que atentan contra la vida de mujeres han sido en el pasado o son en el presente sus parejas (así, solo “parejas”; añadir “sentimentales” resulta más que penoso). En el primer semestre de 2024, fueron registrados cuatrocientos doce feminicidios en el país. Y de los diecinueve feminicidios que se reportaron en las dos primeras semanas de julio, lo más probable es que la muerte de Gina Paola entre a engrosar las escabrosas cifras que, absurdamente, van en aumento.
«Tienes que pensar que somos dos mujeres, que no nacimos para luchar contra los hombres», le dice Ismene a su hermana, al inicio de la Antígona de Sófocles. Luego de que Eteocles y Polinices libraran un duelo a muerte, su tío Creonte asumió el trono, decretando héroe de la patria a Eteocles —para quien ordenó un entierro digno— y emitiendo un edicto que prohibía inhumar a Polinices. Antígona, su hermana, cubrió con tierra a Polinices, desafiando a Creonte, quien la condenó a ser enterrada viva. En un diálogo previo, Antígona dijo: «No comparto el odio, sino el amor». Y Creonte espetó: «Desciende bajo tierra y ámalos, si es necesario: nunca, mientras yo viva, una mujer prevalecerá». ¿Por qué nos matan? La violencia y el machismo de Creonte es quizás una respuesta.