En cualquier lugar del mundo, ser madre es un acto de amor. Pero en Gaza, donde desde el siete de octubre de 2023 la desgracia de la guerra es el escenario común, ser madre es un verdadero acto de resistencia. Es una prueba de fe permanente que, durante los siete tortuosos meses que van de confrontación bélica, ha cobrado la vida de más de diez mil mujeres, entre ellas, unas seis mil madres que han partido sin retorno, dejando a diecinueve mil niñas y niños en la más cruda de las orfandades.
Hoy, traer un niño al mundo en Gaza «es traer un niño al infierno». Esta afirmación del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia es una pincelada más de esa tonalidad oscura con que se cierne la obra maestra de una guerra que nunca debió haber iniciado y que, por tarde, debió haber acabado ayer. La violencia, desde cualquier perspectiva, no puede ser entendida como algo normal por una mente que se autodenomine consciente. ¿Dónde está la humanidad? ¿A dónde nos hemos ido? ¿O en qué planeta creemos estar viviendo?
No se pueden cubrir tantos miles de muertes con el manto de la normalidad con que la lógica guerrerista pretende acostumbrarnos a ver cada ataque desalmado. Las mamás, los bebés y los niños de Gaza no pueden seguir viviendo con la parca respirándoles en la nuca. Las madres de Gaza no pueden seguir marcando con tinta negra la piel de sus hijos para que, en caso de que lleguen a perecer entre los escombros tras un ataque aéreo, al menos logren ser identificados.
¿Es posible nacer en la orfandad absoluta? La realidad descarnada de los gazatíes supera los límites de cualquier lugar común que solamos emplear como representación del sufrimiento. El pasado 20 de abril nació Sabreen Jouda en Rafah, unos segundos después de que su madre muriera. La cesárea de emergencia fue practicada luego de que la casa donde vivían la mamá, el papá y la hermana de la bebé fuera bombardeada por Israel desde los aires. Todos murieron poco tiempo antes de que Sabreen naciera. Sabreen fue dada a luz en medio de la más lúgubre oquedad.
Mohammed Salama, el médico que estuvo a cargo del procedimiento que permitió la salvación de la prematura criatura, dijo: «He aquí la tragedia más grande: incluso si esta niña sobrevive, nació huérfana». A Sabreen Al Sakani, la madre, la guerra le negó el derecho de ver vivir a su bebé. Y a Sabreen Jouda, la hija —que murió cinco días después de haber nacido—, la guerra le arrebató todo lo que nunca llegó a conocer. En ese territorio que debería ser declarado de nadie, ninguno de los horrores que ocurren pueden seguir pasando. Por los niños, por las niñas, por las madres.
@catalinarojano