No es ni buena ni mala. Simplemente, se tiene o no se tiene. La ortografía, o lo que García Márquez llamó «terror del ser humano desde la cuna», sigue siendo vista por un gran número de hispanohablantes como el chacal de la expresión escrita, mas no como la forma correcta de darle cuerpo a las ideas, o bien, la maravillosa oportunidad de lograr a través de las palabras cualquier noble objetivo que nos tracemos. Cada vez son más los gazapos que se escapan sin vergüenza de los ojos de todo el que haga parte del proceso de publicación de un texto: los escritores o redactores, los editores, los correctores y hasta los mismos lectores estamos perdiendo la batalla contra el error.
“Lo importante es que entienden”, dice todo el que mal escribe. Más allá del fondo, a nadie parece importarle la forma. Porque se cree que la superficie de un escrito no le otorga ningún peso a nadie, así como tampoco es garantía de nada. No es la ortografía per se la que importa. Es la intención comunicativa que tenemos la que marca la relevancia de las reglas gramaticales u ortográficas. Si esa intención no existiera, no tendría razón de ser nada de lo que expresáramos con palabras.
“Ignoremos la ortografía”, quisieran decir muchos para desentenderse de lo que implica la correcta expresión escrita. Aunque parece seductora, por el facilismo que encarna, es casi utópica la idea de despojarnos de los cánones de ese español que arrastra como un lastre de todos sus siglos la tendencia acartonada y adoctrinadora en que nos lo presentan desde muy temprana edad en la escuela. Pero esa es una visión más que limitada. Porque no es el castellano una doctrina en sí mismo, sino un canal que abre y ensancha las puertas del entendimiento a partir de letras y signos.
“La ortografía está sobrevalorada”, dirán otros. En 1997, el nobel expresó: «Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros». Se escucha bonito, pero me pregunto cómo sería la obra de él y la de tantos otros grandes autores hispanos si hubiera simplificado la gramática y jubilado la ortografía, tal como sugirió en su discurso de inauguración del primer Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas (México) y dedicado al “dios de las palabras”. Hacer a un lado las bases de este idioma es como reducir su grandeza a pedazos. Ignorar sus leyes es ignorarnos a nosotros mismos, o bien, hacer cada vez más estrecho nuestro propio camino.