En abril de este año, un video que muestra la foto de un bonito pudín de Mickey Mouse comparado con otro que el narrador describe como una “vulgaridad” se viralizó en redes sociales. La autora del pastel, tal como su obra, fue objeto de burlas y críticas a partir de lo que el cliente insatisfecho e indignado denominó una “denuncia ciudadana”, o bien, el video en el que enjuicia a quien simplemente pecó por intentar hacer algo que quizás nunca había hecho. La repostera en cuestión murió el domingo pasado. Una de sus hijas afirma que el estrés y la ansiedad que le produjo a su madre lo sucedido con el pudín de Mickey fueron detonantes claves del fatal desenlace. Un triste final que pudo haberse evitado si viviéramos en una sociedad más empática y menos soberbia.
Una total paradoja es la historia de Marjorie, la barranquillera del barrio Las Dunas cuyas dulces creaciones, en cierto modo, la condujeron a una muerte amarga. Millones de personas en redes sociales se mofaron e hicieron comentarios burlescos sobre ella y su peculiar Mickey Mouse; así como miles de millones se ríen a diario de las dificultades, las caídas, la inocencia o los desaciertos de otros que, como carne de cañón, colman de contenido inútil y malintencionado ese universo donde todo tiene filtro, menos las expresiones carentes de empatía y llenas de veneno.
Ningún ser humano que trabaje honradamente para subsistir merece ser acosado, maltratado o matoneado. Hoy las redes sociales no son un espacio seguro para nadie, no son un camino hacia la construcción de una sociedad más sana en todo sentido… Porque están lejos de ser un medio en el que podamos sentirnos abrazados por la bondad de los demás. Por el contrario, las redes se han convertido en una zona de ataque.
Y ¿a quién se ataca? Al que sea. No necesitamos caras, nombres ni identidades verificables. Solo un teclado que sirva para escupir mensajes nefastos contra la integridad de cualquier persona. Y ¿quién regula ese desastre? Nadie. Porque, aunque haya unos cuantos que traten de defender al lapidado, suelen ser más los que lapidan.
Para divertirnos no es necesario hacerlo a costa de las penurias ni del dolor ajeno. Tampoco ser reflectores incautos de la maldad con la que se publican tantísimas cosas. «Un príncipe que tiene una ciudad fuerte, y no se hace aborrecer en ella, no puede ser atacado», dice Nicolás Maquiavelo sobre el arte de medir las fuerzas de los principados. Somos seres humanos, no fortalezas medievales blindadas contra cañones y ballestas. Y es desde ese sentido, el humano, que debemos entender la realidad y sus realidades, representadas en casi ocho mil millones de personas que habitamos este planeta.
La última publicación que hizo Marjorie Cantillo Romero en su cuenta de Instagram fue lapidaria. Con una oscura imagen del Guasón de fondo, en ella se lee: «Ponga el cerebro en funcionamiento, antes de poner la lengua en movimiento». No seamos artífices de eventos desafortunados a través de mensajes perversos. No seamos personas crueles e indolentes. No seamos nunca un pudín amargo.
@cataredacta