El escenario, un consultorio médico. La doctora empezó a hablarme de política luego de decir que ya no quería escuchar más sobre política. En su discurso defendía la carrera hacia la Presidencia de Rodolfo Hernández, el ingeniero, el “viejito”, el que habla “desde adentro”, con “honestidad”, con “indignación”, a “calzón quitado”… como el pueblo. Yo, partidaria del escuchar para comprender, la escuché.

Después de exponer los argumentos con que me sugería amablemente que la única opción de voto posible para un mejor país es el cuasi octogenario que hoy lidera las encuestas, quien del mismo modo que su contrincante hoy divide al país entre odios y amores, la médica agregó una tesis que me dejó pensando: «Algunos dicen que el viejito es malhablado, pero solo es algo cultural. Así hablan los santandereanos».

Conozco a muchos santandereanos, y hasta por mis arterias corre sangre santandereana. Y no. No hablan ni actúan así. Tal vez el discurso redundante, emocional y demagogo de Hernández ha calado tan hondo en el corazón cansado (más no en la mente dormida) de los colombianos, que en la lucha contra el establecimiento que de forma literal ha desangrado la nación empiezan a aceptar lo inaceptable y a aplaudir, como si tuviera gracia alguna, la insolencia de una persona que escudada en sus setentaisiete años se muestra inofensiva, cercana y afable.

Está más que claro que si usted vota por el “viejito” Rodolfo o por el “exguerrillero” Gustavo, eso es decisión suya, de nadie más. De igual forma que es decisión suya cómo se comunica con los demás, si a ‘putazos’ y a ‘madrazos’ o, asertivamente, con palabras que le hagan digno representante de la especie humana. Todo es lenguaje. Y, como se lee en la Biblia: «De la abundancia del corazón habla la boca». Los colombianos criticamos los mensajes llenos de odio, pero también los empleamos. Los colombianos apedreamos a todo aquel que cometa pecados, pero «-como es obvio- también los cometemos.

Desde el pasado 29 de mayo, Colombia se debate entre un hombre que ha manifestado ser seguidor de un «gran pensador alemán» llamado Adolfo Hitler, y otro que en el pasado militó en la oscura insurgencia. Si se observa el panorama electoral desde una perspectiva apartidista, puede que haya menos peligro en el candidato que en su campaña presidencial erróneamente ha hecho alianzas con personajes nefastos de la política nacional, que en el que amenaza a alguien con “pegarle un tiro” o le atribuye citas de Einstein al cerebro del Holocausto para decir que «la crisis trae progreso». Ojalá el progreso en Colombia -gane quien gane- llegue a ser posible sin genocidios o masacres como las 44 que han ocurrido en lo que va de 2022.

Las expresiones soeces, la intolerancia y la agresividad del uno, y la incertidumbre y la desconfianza que genera el otro son la piedra en el zapato de la Colombia democrática y participativa. Aun así, hay que escoger a uno de los dos. En mi cita médica, la doctora habló sobre muchos males que adolece el país, y convencida me dijo que el remedio para todo es Rodolfo Hernández. Me pregunto si no será peor el remedio que la enfermedad.

@cataredacta