Si todos fuéramos feministas, ¿sería el mundo un lugar mejor? Las mujeres, históricamente oprimidas más por tradición que por naturaleza, hemos sobrevivido a siglos de subyugación bajo el supuesto errado de que somos inferiores a los hombres. El feminismo, o el principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre, cobra cada vez más fuerza en un mundo que aún tiene grandes dudas sobre las capacidades de las llamadas mujeres; mientras cada una de nosotras lucha, a su manera, por salir adelante llevando consigo sus dos cromosomas X y su par de ovarios. Por su parte, los hombres, genéticamente signados con un cromosoma X y uno Y, se ubican en la otra orilla de la historia. ¿Podrán ambos géneros estar alguna vez del mismo lado?
La división entre “ellas” (hembras) y “ellos” (machos) es, más que nada, biológica. Cualquier otra arandela que se le quiera poner como etiqueta a ser lo uno o lo otro solo existe desde una mera perspectiva sociocultural. O, dicho de otra forma, cualquier característica que se le atribuya a una mujer desde su femineidad o a un hombre desde su virilidad es, en sustancia y esencia, una construcción de nuestro vasto imaginario. Imaginario en el que se tejen conceptos que al final de todo terminan minimizando a una misma especie y a un solo género, el humano.
Decir entonces que los hombres poseen cualidades que los hacen capaces, por encima de las mujeres, de realizar determinadas tareas (físicas o mentales), no es más que un mito. Del mismo modo que plantear una visión extrema que nos sitúe a las mujeres en un rango superior a los hombres, menoscabándolos como tales, es también una fábula. De hecho, eso último sería algo así como intentar equiparar la idea de feminismo a la de machismo, aun cuando se trata de dos cuestiones tan distintas.
Según la Fundación del Español Urgente, «feminismo no es lo contrario de machismo»; en tanto que mientras el primero es un movimiento que lucha por la realización de la igualdad humana sin discriminación de sexo, el segundo es una «actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres» o una «forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón». El uno busca la liberación, el otro la sujeción.
Sin embargo, cuando escucho a feministas radicales decir que las mujeres somos superiores a los hombres, que tenemos o debemos tener más poder que ellos, o que esos seres de cromosomas dispares no son nada frente a nosotras, me preocupa que el feminismo transite tan cerca de una muy delgada línea que, al cruzarla, le termine convirtiendo en una especie de machismo a la inversa. Llegar a ese punto sería equivocado y echaría a perder los esfuerzos que las feministas, a las que se han ido sumando hombres, han puesto en construir sociedades equitativas en asuntos de género, de sexo y de todo.
Apoyar el feminismo es apoyar la equidad, la justicia, la paridad y la vida. La revolución femenina, tal como la Revolución Industrial o cualquier otra de su tipo que se narre en la historia de la humanidad, tendrá cada vez más espacio en ese gran libro. Un libro escrito no solo por machos, sino también por hembras.
@cataredacta