Con la llegada al poder del comandante Hugo Chávez Frías, y de su mano la Revolución Bolivariana, se avivó la devoción hacia la figura de Simón Bolívar. Si bien desde los procesos libertarios de la América Latina el llamado Padre de la Patria era una especie de ciudadano suramericano, a partir del surgimiento del chavismo una campaña comandada por el propio Chávez, con indudables fines políticos, se ocupó de reafirmar su pertenencia al pueblo venezolano. Desde entonces ese Bolívar, que de algún modo era propiedad de las seis naciones que alcanzaron la independencia amparadas en sus ideales, fue destinado a liderar la revolución con la que soñaba Chávez, y su imagen fue la insignia que convocó a refundar la patria. Así las cosas, un Chávez nacionalista y ardoroso recordaba al mundo entero, casi en cada alocución, que Simón Bolívar era el más venezolano de todos los venezolanos; tanto o más que el imponente río Orinoco o el archipiélago de los Roques. La figura de un Bolívar enfundado en su traje de general, orgulloso de su banda tricolor, de su casaca refinada y sus charreteras bordadas, presidía indefectiblemente cualquier acto, y su palabra señoreaba en los discursos oficiales.
Poco antes de morir, y quizás entusiasmado con la idea de que un nuevo aspecto ayudaría a consolidar la ilusión de una patria refundada, para conmemorar los 229 años de su nacimiento el presidente venezolano dio a conocer un nuevo rostro de Bolívar, una imagen digitalizada creada con base en la estructura ósea de su cráneo. Como todos fuimos testigos, el nuevo Libertador –de semblante un tanto hosco– fue develado en el palacio presidencial de Miraflores, y, desde allí, ambas imágenes pasaron pronto a representar tácitamente una de las grandes utopías de Latinoamérica: la Revolución Bolivariana.
Como era de esperarse, al asumir Nicolás Maduro las riendas de la Venezuela ideada por Chávez, debió hacerlo con la parafernalia simbólica montada por su antecesor. Y lo hizo, además gustoso, porque esa prevalencia de la figura del Libertador había sido concebida como un instrumento de dominación que, debido a sus falencias, le resultaba indispensable. Así que, las dos versiones de Bolívar, la clásica y la reciente, permanecieron por varios años, inmutables y severas en las alocuciones presidenciales, representando el ideario que respaldaba el proceso revolucionario. Ahora bien, si el Padre de la Patria pudiera hoy ver lo que sucede en su amada Venezuela, seguramente quedaría descorazonado. Hace pocos días un noticiero colombiano reprodujo una intervención televisiva de Maduro, y, para sorpresa de muchos, en esta ocasión dos cosas lo acompañaban: una imagen del Bolívar que luchó incansablemente por la libertad de los pueblos americanos, y un delicado objeto de laca negra y apariencia oriental que, dadas las circunstancias actuales es, sin duda, un elemento simbólico en extremo preocupante.
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