El Heraldo
Opinión

De vez en cuando la vida…

Hay tantas concepciones de la vida como diversidad de individuos.

No es lo mismo ser que parecer, dice un refrán que muestra el abismo que hay entre lo que desearíamos ser y lo que realmente somos, pero lo cierto es que, en ejercicio de la libertad que posee el ser humano para proceder según sus principios, convicciones y aspiraciones, cada cual asume la postura que le viene en gana. De ahí que la conocida frase “es mejor ser rico que pobre”, atribuida a nuestra gloria del boxeo Kid Pambelé -aunque hay quienes certifican que no es producto de su conciencia filosófica- no pueda ser rebatida totalmente. En efecto, cualquiera podría afirmar que es mejor parecer rico que serlo, porque, como vemos a diario, hay tantas concepciones de la vida como diversidad de individuos. En lo que sí parece coincidir gran parte de la población del planeta es en su afán de pertenecer a la élite acaudalada que domina el mundo, razón que ha fortalecido el imperio del capitalismo.

Los verdaderamente ricos, alrededor de 40 millones de personas, según cifras oficiales son menos del 1% de la población mundial. Entre ellos están los duros, los fuera de serie como Jeff Bezos (Amazon, 117 billones USD), Bill Gates (Microsoft, 94.7 billones USD) y el puñado de magnates que tienen la tula a reventar. Seguramente serán esclavos de otras cosas, pero en cuanto a poder y dinero son los amos absolutos. Más abajo está una masa heterogénea y próspera siempre deseosa de igualarlos, que sobrelleva con cierto aire de dignidad la esclavitud del consumismo. Sin ellos no estarían en el mercado las botas Study Stretch de 1,305€ de Louboutin, como tampoco el vestido asimétrico bordado de 9.050€, de Louis Vuitton. Sin ingresos anuales como los de Messi (127M USD), la cantante Taylor Swift (185M) y otros tantos que compiten en talento y opulencia, no andaría rodando por el mundo el Ferrari Sergio Pininfarina de 3,5M USD, y no se invertirían 600M USD en exclusivas propiedades en Hong Kong o California. En fin, bien habidas, o no, las grandes fortunas se gastan según prefieran sus dueños, como diríamos aquí, aun cuando sea en papitas.

Pero el lado más inhumano del planeta consumista se hace evidente de ahí para abajo, principalmente en las dos capas sociales predominantes en el tercer mundo. En ámbitos provincianos como el nuestro los ejemplos son palpables. Aspirando a igualarse en riqueza y en poder a los auténticos millonarios, además de los seguidores del postulado de Pambelé hay un inmenso sector de trepadores sociales que preconiza la idea de que es mejor “parecer” ricos que pobres; son los compulsivos consumidores de imitaciones y baratijas, una de las caras más siniestras del capitalismo. Hasta el día en que apareció el Covid19 a demostrar que en lo único en que podemos igualarnos a ellos plenamente, es en la muerte. No olvido a Serrat cuando cantaba “De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa, chupando un palo sentados sobre una calabaza.”

berthicaramos@gmail.com 

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