Acaba de terminar el campeonato mundial de fútbol regalándole a quienes gozamos al máximo este deporte que somos millones, un espectáculo digno de permanecer en el cuadro de honor de la historia, no solamente por la calidad deportiva, sino por las polémicas que su organización y ambiente provocaron dentro del pequeño país de Qatar y sorpresivamente en todos los rincones del planeta. Lo que la humanidad se pregunta hoy día no es si los resultados de la contienda fueron los mejores, justos o no, sino los grandes interrogantes que éste certamen despertó por todas partes. Porque para ser sinceros vivimos varias sorpresas al presenciar actitudes y decisiones que nos parecieron totalmente fuera de toda lógica y a veces, hasta ridículas.
Cuando a uno lo invitan a casa ajena o pagamos para asistir a un evento que tiene como todo en la vida sus propias características, ni pensamos ni asistimos con el ánimo o la intención de modificar, cambiar o transformar la esencia, las costumbres, los legados, las creencias, las ideologías, la tradición, las religiones, los sabores de quienes son anfitriones u organizadores o propietarios del lugar o los espacios a los cuales vamos a acudir. Se llega porque así lo quisimos para disfrutar o participar de la manera escogida en algo que voluntariamente dispusimos. Y nos parece de entrada una falta de respeto que pretendamos llegar al destino a intentar cambiar todo un mundo de fisonomías simplemente porque así pensamos nosotros los que llegamos.
Veamos las enormes críticas que tuvo el campeonato algunas insultantes con los dueños del lugar y del campeonato: Que se consiguió la sede en la Fifa porque hubo sobornos. Bien, si así fue la justicia internacional instituida para estos casos actuará e investigará. ¿Qué tenemos que ver como aficionados en esta polémica? En segundo término que Catar Estado Islámico prohíbe exhibiciones de amor en público, prohíbe el homosexualismo, niega ciertas vestimentas especialmente en las mujeres, no venden licor en establecimientos públicos y en fin otros detalles que por cierto carecen según los críticos de justificación.
¿Entonces para qué vamos, a que fuimos, qué buscamos? Perseguimos ver buen fútbol o vamos donde los anfitriones a agudizarlas críticas quizás amparados en el disfraz de los derechos humanos?.
Si esas son costumbres, sus ideologías, su religión, sus creencias, su tradición, sus leyes, ¿por qué no los dejamos quietos? Nos gustaría que invitáramos a nuestra casa a alguien que llega a criticarnos en todo lo que ve o palpa? Qué no nos gusten ciertas costumbres, actitudes, posiciones, está dentro de la lógica humana pero respetemos lo que encontramos y lo que se nos brinda siempre y cuando se encuentre dentro de los límites de la Ley universal de los derechos individuales y de la lógica humana, o el sentido común que siempre nos indicará innatamente lo que es bueno o malo, lo que es justo o no, lo que es acertado o inoportuno. No pretendamos cambiar el mundo para acomodarlo a nuestras simpatías o aceptaciones. Al contrario veamos y admiremos más bien lo que Catar mostró: modernismo, receptividad humana, estadios y escenarios extraordinariamente sofisticados, calidez en el pueblo, una visión de cultura bien distinta a la nuestra de la cual se aprende lo que hay que aprender y se rechaza lo que haya que rechazar. Pero respetemos lo ajeno en la dimensión humana como esperamos que respeten lo mismo en nosotros.