Los colegios y universidades se quedaron solos. Despierta nostalgia recorrer corredores y salones, patios, bibliotecas, con ese gran vacío que se produce por la ausencia de la risa, la charla, el compañerismo, la tertulia y al mismo tiempo, casi imperceptible, ese propósito común de ir andando por el sendero de la formación, de la cultura, del ascensor académico y social, de la integración, del desarrollo motor de adolescentes y niños, de jóvenes que se van formando como ese molde adquiriendo formas que usan materialmente los escultores.
Los científicos del mundo han concluido que la tecnología virtual fue y es un reemplazo óptimo, pero parcial de la educación presencial, y que el resultado será negativo con el paso de los años cuando presenciemos el bajo nivel de integración y formación colectiva que presentarán los adultos próximos. La personalidad se inicia en los libros, en la cátedra y en los salones, pero se perfecciona con la empatía y solidaridad estudiantil en los ambientes escolares y universitarios. El desarrollo servomotor requiere en los estudiantes espacios psicológicos y físicos, donde músculos y huesos, visión y olfato, oídos y percepciones encuentran el ambiente y los ecos propicios que no se hallan en una mesa o silla frente a un computador.
El desarrollo socioafectivo del estudiante sufre porque la frialdad de una pantalla es impersonal, en un ambiente casi siempre cerrado a las experiencias exteriores y al contacto con el mundo de afuera, esa interacción de cada estudiante con sus compañeros, ese espacio personal intimo que se llama proxemia que es definido como el impulso básico hacia la socialización. No nos olvidemos que cada ser humano nació para socializar. Por eso la soledad, según la describió Jung, solo si se vive con satisfacción plena puede no llegar a ser nociva.
Inclusive hay una serie de materias tanto en colegios como en las universidades que prácticamente no pueden enseñarse de una forma virtual; su contenido debe ser obligatoriamente de contacto educador y educado. El intercambio de ideas, la participación, el otro concepto, la diatriba honesta, todo ello desarrolla interacción. Ahora estamos formando por la pandemia individuos aptos para el aislamiento, la soledad y la autolimitación del individualismo a ultranza. Por eso a pesar de los efectos desoladores del paso del virus la urgencia mundial para reabrir las aulas se convierte cada día más en un imperativo categórico, para seguir en esa senda de buscar interacción humana y no próximos robots que piensen y actúen, trabajen y deambulen por los continentes como sonámbulos encerrados en egos exageradamente peligrosos.
Todo lo anterior lo comentamos no como invento propio, ni más faltaba, sino como una realidad ya dimensionada por la comunidad científica mundial. Sin mencionar por supuesto en estas apreciaciones la inmensa brecha abierta con la llegada de la virtualidad para el estudiante cuando en Colombia se ha comprobado que el 52 % de ellos no tienen acceso a estos espacios, por vivir en áreas rurales o por incapacidad económica para adquirirlos. Solo pensar en la cantidad de niños y jóvenes que están quedando rezagados por este fenómeno provoca una profunda tristeza cuyo día de mañana no queremos con temor identificar desde ahora.