Los personajes del año en Colombia son la corrupción y el desencanto. La primera no tiene nada que ver con sistemas económicos, ni doctrinas, ni formas de gobierno, ni ideologías, ni partidos políticos. En todas partes se cuece igual y por igual hay que denunciarla. Aunque puede llegar a serlo, no es un crimen violento. Y hay ese punto del delincuente que se convence a sí mismo de que lo que hizo no es tan grave como un asesinato o porque no robó tanto como, digamos, un Alejandro Lyons. O simplemente porque las autoridades no lo han descubierto. Tiene de referencia a quienes han hecho cosas peores y no han pagado cárcel y juzga el delito por el resultado: corrupto es el que cae. Y él mismo a ese otro señala.

Con frecuencia llega al cargo público sin intenciones delictivas, pero la mínima oportunidad la coge al vuelo. Y luego se dice: “Corruptos los Nule. Lo mío fueron solo unos bonos para beneficiar a la comunidad”. O se repite frases del tipo: “Esto es normal, todo el mundo lo hace”. O, como dice un personaje de Padura: “Es una compensación por el sacrificio de la lucha”. Son frases de autoengaño para tranquilizar la consciencia, pero sabe que lo que hace está tan mal hecho que monta empresas en Panamá o abre cuentas en Tórtola o en Andorra. Si es legal, ¿por qué se toman tanto trabajo en ocultarlo?

Otra trampa de la mente son los eufemismos. “Lo mío no es corrupción sino lobby”. Si media una coima, ese lobby es un soborno. Aunque a veces no media dinero. Como cuando el funcionario beneficia desde su posición a un gran empresario que lo lleva luego a trabajar a su empresa tan pronto abandona el cargo. Quid pro quo: una cosa por la otra. El soborno que no se pagó en chorro se cancela a largo plazo.

Para colmo, la corrupción es tan subterránea y está tan generalizada que, en algunos casos, hay una especie de solidaridad de grupo que corre en masa a defender cuando uno de los suyos cae. No lo hacen por apoyar al caído sino por protegerse a sí mismos. Y no necesariamente por razones jurídicas. Más bien porque necesitan convencerse de que lo que hacen es correcto. Y bueno, sí, también: para poder seguir haciéndolo.

El otro personaje del año es el desencanto, el cual tiene unas raíces muy profundas ancladas en la indignación y la desconfianza (solo un 5% de colombianos confía en otro colombiano). Al país se lo llevó el odio y la ceguera y el fanatismo detrás de ese odio. En esto ya no hay marcha atrás. Al contrario, tiende a empeorar porque al gobierno le interesa ensuciar aún más las aguas para poder seguir camuflando los torcidos.

Hay la idea de que Duque carece de brújula, pero es algo peor: muy pocos apuestan hoy por el país y por tratar de solventar la crisis. A largo plazo quien más perderá en este juego es el uribismo, que es quien detenta el poder. A Petro lo han apabullado por lo del video, pero no olvidemos que quien tiene el poder es Duque, que al parecer está haciendo un muy buen trabajo de generar la idea de que el Estado está en contra del país. Su impopularidad hace parte de esa estrategia.

@sanchezbaute