
Hace un par de semanas estuve en una reunión con viejos amigos, la mayoría de mi misma edad. Durante varias horas la discusión se centró en sus hijos: trataban de “entender” a los millennials. Parecían científicos encerrados en un laboratorio agarrando con pinzas un objeto extraño.
Yo soy intergeneracional. Tengo, por igual, amigos de 20 y de 90 años. Me interesa oír cómo ven el mundo unos y otros, aunque suelo darles más la razón a los jóvenes. Oír a mis amigos hablar de sus hijos desde sus propias perspectivas y nunca desde las de ellos, me dio la idea de que toda esa discusión no era más que nostalgia por la juventud.
Criticaban a los muchachos, pero en realidad hablaban de sus propios miedos ante lo moderno: la tecnología; los valores con los que fueron criados, varios de ellos en ciudades pequeñas; la relación personal de sus hijos con Dios, la mayoría muy críticos de la iglesia, según los oí; y, por supuesto, frente a cómo entienden el sexo y las relaciones sexuales.
Entre mis amigos millennials he advertido que muchos comparten un mismo rasgo: son liberados (y esto es lo que los hace narcisistas). No libertinos ni liberales. Se han liberado de muchas de las culpas que arrastramos los adultos. De la culpa cristiana y de la idea del pecado, por ejemplo. Aprendieron desde niños, me han contado, que el infierno no es más que ficción. En cambio, las generaciones anteriores crecimos bajo la amenaza de que Dios todo lo ve, de modo que no podíamos hacer casi nada porque casi todo era pecado. Incluso se nos obligaba a no pensar, por aquello de que Dios todo lo sabe y cualquier pensamiento indecente nos llevaba al infierno.
Liberados también de prejuicios en temas como el aborto o los derechos igualitarios, tanto feministas como Lgbti; liberados de las imposiciones sociales. En fin. No en vano son nietos de la Revolución Sexual. No se quedan en la retórica. Van a la acción sin preocuparse sinceramente por lo que los demás opinemos de ellos (quizá lo de mis amigos no era solo nostalgia por la juventud, sino también envidia).
Estos jóvenes, la mayoría de ellos nacidos este siglo, hicieron historia esta semana al marchar en contra del calentamiento climático (cambio climático es un eufemismo que suaviza la realidad del problema), en más de 1.000 ciudades de 89 países liderados a través de las redes por Greta Thunberg, una adolescente sueca de 16 años. En una pancarta se leía: “El mundo está cambiando, ¿por qué nosotros no?”.
Pregunta válida también para Duque. ¿Por qué se empeña en atar a Colombia al pasado? Sabemos la respuesta. Esta semana Uribe dijo en Manizales: “Esta es una ciudad muy influida por la comunidad universitaria. Inmenso cuidado. Ahí tenemos un riesgo que hay que superar”.
Jóvenes universitarios colombianos, no piensen mucho porque hay quienes ya saben lo que ustedes están pensando, y no les gusta. O piensen, pero solo lo que les digan que deben pensar.
@sanchezbaute
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