La cola del perro
Muchos medios alternativos nacieron como complemento a los tradicionales y no como contradictores. Ni unos ni otros por su sola condición pueden atribuirse gestas heroicas si dejan que el impacto y alcance tecnológico estén por encima de los mínimos irremplazables e innegociables de la ética periodística, esa que no cotiza en la bolsa ni se adquiere en una tienda. Esa cuesta sudor, muchas lágrimas y, para dolor y rabia, a veces sangre.
Como lo hemos comentado otras veces y sigue siendo motivo de análisis en ámbitos académicos e industriales, lo que se conoce como el advenimiento de la tecnología digital cambió rotundamente la relación de la audiencia con los medios de comunicación. Las estructuras monolíticas permeadas más allá de lo recomendable por el poder político y económico sintieron el cimbronazo que ocasionó el que las redes digitales, particularmente las llamadas sociales, se entendieran como una alternativa de información y comunicación entre los ciudadanos que no necesitaba pasar por su rasero unificador. El valor de verdad se mudó de barrio, y exponencialmente aparecieron medios que con el apellido de “ciudadanos” o “alternativos” han procurado fijar la mirada en lo que para ellos es el sello de la cara.
Hasta allí todo iba bien, o por lo menos eso parecía. Los enormes “peros” se empezaron a notar cuando en la anarquía digital se colaron intereses de todo tipo (sin duda muchos ligados a las estructuras de poder cercanas a los medios llamados tradicionales) para dejar rodar cuesta abajo bolas de nieve compuestas por información falsa vestida de real. La incapacidad inicial y la aún dificultad para identificar plenamente esa información falsa y sus emisores derivó igualmente en dos fenómenos contradictorios: Por un lado muchos usuarios terminan creyendo en lo que desde antes se parecía a lo que ya creían; y por otro lado muchos prefieren no creer ni viendo. En el medio se ubica un grupo que, ante la duda, busca un poco más antes de comprometer una postura. Ese, como es lógico suponer, es un grupo minoritario. Como generalmente ocurre, mejor se cree o no se cree a la primera impresión.
A pesar de lo anotado en las dos últimas líneas del párrafo anterior, de todos modos es menester reconocer que el creer o no creer lo que se comparte en las redes ya no se puede entender desde valores absolutos. Grande o pequeño, el beneficio de la duda se termina por entregar. Y cuando eso pasa, generalmente también se busca la validación de la información en los medios tradicionales. Dicho en palabras más crudas, el perro se mordió la cola de tanto corretearla. Se vuelve a los medios tradicionales para darle valor de verdad a lo que los medios alternativos, que nacieron porque no se creía en los tradicionales, dicen.
Ahora bien, es claro que la conclusión no puede ser tan simplista. Muchos medios alternativos nacieron como complemento a los tradicionales y no como contradictores. Ni unos ni otros por su sola condición pueden atribuirse gestas heroicas si dejan que el impacto y alcance tecnológico estén por encima de los mínimos irremplazables e innegociables de la ética periodística, esa que no cotiza en la bolsa ni se adquiere en una tienda. Esa cuesta sudor, muchas lágrimas y, para dolor y rabia, a veces sangre.
Y para enredar la pita, Musk compra Twitter. Le salió dueño al paraíso de la anarquía informativa. Ya veremos que sale de eso.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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