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Detrás de las historias

Ante la quizá inesperada avalancha mediática, el autor explicó que el relato no hacía referencia a una vivencia propia, que se basó en casos que conoce de amigos o allegados y que vive felizmente con su madre y otros familiares. Luego de este anuncio la vorágine virtual mermó, lo que podría atribuirse tanto a lo efímero de las historias en las redes como a un eventual desencanto de quienes esperaban que el cuento fuera resultado de una historia vivida por el joven en cuestión. 

De Medellín llegó una de las noticias con las que arrancó el 2023: Un jovencito de 16 años llamado Miguel López resultó ganador de un concurso de cuento corto con un relato en el que narraba en primera persona el miedo que le produce a quien llama “El monstruo de mi cuarto”, mismo al que su madre llama “amor”. Supongo, y espero, que a estas alturas el spoiler no cuenta tanto como la historia en sí, viralizada en redes y medios de comunicación por lo que dice, como lo dice y quien lo dice. Muchas fueron las voces de solidaridad y conmiseración para con el autor del texto, sentimiento extrapolado a los miles, quizá decenas de miles, de víctimas de violencia intrafamiliar que a diario viven dramas similares o peores, si es que pudiera existir una tabla de horrores comparados. 

Ante la quizá inesperada avalancha mediática, el autor explicó que el relato no hacía referencia a una vivencia propia, que se basó en casos que conoce de amigos o allegados y que vive felizmente con su madre y otros familiares. Luego de este anuncio la vorágine virtual mermó, lo que podría atribuirse tanto a lo efímero de las historias en las redes como a un eventual desencanto de quienes esperaban que el cuento fuera resultado de una historia vivida por el joven en cuestión. 

De lo primero poco se puede decir distinto a que la viralidad virtual es inversamente proporcional a la necesidad humana de recibir historias, máxime en una época como la nuestra, marcada por la ubicuidad digital del relato y la pulsión por consumir, muchas veces sin deglutir, los más que se pueda en el mínimo tiempo disponible.

Sobre lo segundo, valdría la pena preguntarse si el posible desencanto va ligado a que la sinceridad del autor lo baja, por decirlo de alguna manera, del pedestal del autor a la escalera del mensajero. Si fuera así, nos perderíamos del valor inconmensurable de relatos poderosísimos inspirados en hechos o etapas de la historia; relatos que aparte de su valor estético o artístico han servido para fomentar la memoria histórica y por traer a tiempo presente preguntas no resueltas del pasado. ¿Hubiéramos conocido la historia de Rubino Salmoni si Roberto Begnini no se hubiera inspirado en ella para escribir el guion de “La vida es bella”? ¿Qué tanto seguiría interesando la historia de las bananeras sin el diálogo de los dos soldados en el capítulo inicial de “La casa grande”?

Ahora bien, el que el joven Miguel Ángel haya contado la historia, entendiendo que el proceso implicó la escogencia de unas palabras distribuidas con un determinado orden y ritmo, ya le hace autor del relato; y como cada uno de los que tuvimos oportunidad de leer ese pequeño cuento de 100 palabras lo interpretamos con nuestros propios matices, podemos también decir que el relato pasó a ser nuestro. La semilla de la historia, sin duda con asidero en lo real, le da vida a un bosque entero de relatos e interpretaciones. 

Así funcionan las historias. Así ha pasado, pasa y seguirá pasando.

asf1904@yahoo.com

@alfredosabbagh

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