Camaleones
Camaleones como Zelig (así de hecho lo llaman en la peli) encontramos en muchas partes y muchos momentos, y no precisamente motivados por algún trauma infantil. Andan por ahí, cambiando de camiseta y de discurso al vaivén de la oportunidad que huelan, sirviendo al mejor postor con un cinismo que raya en el caradurismo.
En Zelig, el divertido filme que con forma de falso documental nos presenta en 1983 el controversial Woody Allen, conocemos la vida de un personaje con la particular virtud de transformarse y cambiar su apariencia de acuerdo con las circunstancias que lo acompañen. Ya sean negros u orientales, músicos o médicos, demócratas o republicanos; Zelig se vuelve uno de ellos en procura de ser aceptado en una sociedad en la que nunca encajó. El filme, y particularmente por la forma escogida por Allen para contar la historia, se ha convertido con el paso de los años en una referencia casi de culto. Y como es normal, debajo de la comedia se esconde una crítica al, en este caso, enfermizo interés por asumirse parte de algo desde la apariencia y no del fondo.
Camaleones como Zelig (así de hecho lo llaman en la peli) encontramos en muchas partes y muchos momentos, y no precisamente motivados por algún trauma infantil. Andan por ahí, cambiando de camiseta y de discurso al vaivén de la oportunidad que huelan, sirviendo al mejor postor con un cinismo que raya en el caradurismo. Fieles discípulos del fabuloso humorista Groucho Marx, como él enarbolan unos principios que, si no gustan, pueden cambiarse por otros sin que se les mueva un solo músculo de la cara. Han perfeccionado tanto su desfachatez que terminaron por creerse el cuento, al punto de molestarse cuando quedan en evidencia.
Como es obvio, en ambientes electorales esos camaleones se nutren y reproducen. Todos sabemos quienes son y hasta harían parte graciosa del circo nacional si no fuera porque, y con el mismo cinismo con que lo niegan, al final se terminarán eligiendo para luego voltearse. Como antes y como siempre. Lo dinámico de la política, dirá alguno. Eufemismo va y viene. Ojalá esta vez nadie les coma cuento.
Pero ojo, que estos no son los únicos camaleones que pululan en el bosque: Sumemos también a aquellos con probadas capacidades para masajear con discursos zalameros y aplausos baratos a quien esté en el poder o cerca de él. Estos parlantes a sueldo o propinas van matizando el color de sus versos de acuerdo con las tendencias. Cortoplacistas, aparentadores, poco inspirados y nada inspiradores. La velocidad con que aparecen en redes y eventos sociales es inversamente proporcional a la profundidad de sus argumentos. Con ser expertos en el arte de adular les basta y sobra.
Y por otro lado están los más peligrosos porque a ciencia cierta es difícil encasillarlos: Son amigos de todos, no tienen problemas con nadie, de aparente familia feliz y piadosa, sonrientes en todas las fotos. Ese camaleón idealizado, poco beligerante, encantado con el statu quo, que gana con cara y con sello no pierde, es feliz con la ilusión de que nadie ve o que a nadie le interesa preguntar. Su afán es ser banalmente visibles para disimular mejor el querer confundir por la ingenuidad de no tomarlos en serio.
Al final de la película Zelig encajó y fue feliz. En la vida real esos camaleones son peligrosos.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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