Hace 32 años empezaba mi camino en los medios de comunicación como estudiante del Ciclo en Producción de Televisión que Uninorte había creado para atender la necesidad de personal que el joven Telecaribe requería. Combinaba los estudios con prácticas libres en el pequeño pero muy activo Centro de Producción Audiovisual de ese entonces; y los fines de semana programaba rock en Frecuencia Pop por Uniautónoma Estéreo. Pelao de frondosa cabellera y 40 kilos menos, andaba metido o intentando meterme en la movida cultural de la ciudad.
Una tarde cualquiera varios amigos me comentaron que unos vecinos del barrio El Golf estaban organizando un bazar con tarima rockera para recoger fondos con miras a arreglar el entonces olvidado parque. Me pidieron que los ayudara a promocionar el evento y a presentar a las bandas invitadas, todas compuestas por amigos y hasta por un tío paterno. Era un asunto familiar imposible de obviar, y de todos modos el negarme no estaba en mis planes. Iba a presentar mi primer evento en vivo.
Llegó el día. La tarima era el tráiler de una tractomula, los vecinos aportaron platos de todo tipo y la cosa pintaba bien porque la gente se acercaba a consumir. Al llegar el momento me subo a presentar a la primera banda. Todo marcha hasta que terminan su set y les piden un par de canciones más. Con poco repertorio, optan por interpretar algunas canciones no pulidas del todo, y en el desespero el bajista me pregunta si puedo hacer los coros.
Santa Madre. No solo estaba presentando un evento de rock sino que también iba a hacer coros. Por supuesto que me tiré al agua sin escucharme y sin saber como había salido eso, que seguro bien no fue. Mi afinación nunca ha sido una cualidad. En honor a la verdad, más se afina un timbre con cortocircuito que yo.
Termina la primera canción y me piden que siga para la segunda. Era Sweet Child O Mine de Guns and Roses, mi banda preferida desde entonces. La banda de Axl Rose y de Slash. Los Guns. No lo podía creer.
Los dioses del rock decidieron ponerme en mi lugar: El micrófono del cantante se apagó y solo quedó el mío encendido. En vez de parar, que era lo lógico, “canté” completa la canción; y no satisfecho, quise imitar los pases de baile de Axl Rose. Yo, lo juro, fui Axl. El peor Axl del mundo, pero lo fui por los 4 minutos más eternos y olvidables de la historia de una tarima rockera en un bazar. Acabo la canción, volví a la realidad y desaparecí del parque.
Al día siguiente, y aún con la resaca de la vergüenza, fui a la U. Al llegar veo a casi todos mis compañeros reunidos frente a un televisor muertos de la erre. Era yo “cantando”. La señora fortuna quiso que ese domingo un colega saliera a grabar imágenes para un documental, y que justo pasara por el parque a la hora del bochorno. La montada duró semanas y me la tuve que bancar estoicamente.
El video, afortunado mi ego, se perdió. En mi memoria queda que fui Axl y nadie me quita lo cantado. Where do we go… Where do we go now…
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@alfredosabbagh