En medio del frenetismo noticioso de los últimos días, marcado por el esperado y feliz rescate de los niños indígenas a quienes, y no me cabe duda, la selva cuidó en tantas aciagas horas de incertidumbre, siguen ocupando espacio al aire y columnas como esta los señalamientos y el consecuente enfrentamiento del presidente Petro con los medios de comunicación, algunos mencionados con nombre y apellido. Si bien matizó y ha pretendido dejar claro que su gobierno respeta la libertad de prensa y de expresión, lo cierto es que a un ambiente ya enrarecido las palabras y tuits que bajan de presidencia pueden desencadenar en una chispa que genere situaciones inexcusables y por sobre todo reprochables como las vividas por reporteros de algunos medios en las pasadas marchas del 7 de junio, increpados y en riesgo de sufrir agresiones por parte de los manifestantes. Gústele o no a quien sea que ocupe la jefatura del estado o de cualquier otra rama del poder, la libertad de prensa es un activo de la democracia que siempre será mejor tener por más imperfecto que pueda parecer. Ni coacción ni censura. Una prensa libre y consciente de su papel como garante de los derechos de los ciudadanos es la última trinchera que le queda a la democracia como sistema antes de sucumbir ante la dictadura, vístase esta del color que prefiera.

Ahora bien, tal y como es innegociable la libertad de prensa, es innegable que algunos medios de comunicación son apéndices del poder, económico primero y político después, y que construyeron una narrativa alrededor de la realidad nacional acorde a los intereses de cualquier menos los del ciudadano al que supuestamente debían defender. Pretender refutar que algunas salas de redacción parecen cuarteles de relacionamiento público antes que de labor periodística, o que algunos directores de medios mantienen sin pudor relaciones estrechas con quien se supone deben auditar, o que la información se presenta adjetivada según el interés del brazo largo que controla todo es, y lo repito, una extraña mezcla entre ingenuidad y descaro.

¿Justifica esto cualquier agresión? No. Nunca. Jamás. Y así como no lo justifica, igual es necesario reivindicar el derecho de la ciudadanía a dudar y a exigir a sus medios, todo dentro de las herramientas de la democracia y legalidad, que recuerden su compromiso con la sociedad a la que se deben.

Urge fortalecer, desde la academia y gremios periodísticos respetables, análisis objetivos y sustentados sobre el papel y desempeño de los medios en el país. Aquí nadie se salva del mea culpa.

 asf1904@yahoo.com  

@alfredosabbagh