Desde diversas organizaciones y medios periodísticos vuelven a escucharse inquietudes por los que se consideran señalamientos peligrosos del presidente Petro. La cuenta en Twitter del mandatario se ha convertido en su vocero favorito para informar, controvertir y, como no, casar una que otra innecesaria discusión. Lo que era permisible como candidato no le queda bien al elegido, y la intención de ser cercano y directo con el pueblo no debe reñir con un mínimo de mesura y decoro cuando de pronunciamientos se trata, así sea por la red hoy propiedad de un villano trasnochado de película del siglo pasado. Ojalá el presidente le preste atención a su secretaria privada y le baje un tanto la velocidad a sus respuestas. Las vísceras, duda no cabe, son más rápidas que el cerebro. Por eso no se puede confiar del todo en ellas.

Ahora bien, el pedirle al presidente que modere sus respuestas o señalamientos a la prensa no exime a esta del necesario análisis profundo y acto de contrición que le debe al país. Pretender negar que la prensa colombiana ha sido mayormente proclive al establecimiento y apéndice de grupos con poder político y económico que influyeron e influyen en sus enfoques y en lo que presentan como importante es, cuanto menos, cínico. Invocar una indulgente solidaridad de cuerpo cuando se ha olvidado el mandamiento esencial de la prensa, que no es otro que defender al ciudadano, es impresentable. Cuando la prensa hegemónica se la ha pasado mayormente sentada a manteles o en el borde de la mesa del poderoso esperando ver que migajas agarra pierde por completo su sentido, y allí mismo pierde las posibilidades de generar simpatía. Con dolor toca decir, como alguna vez ya se dijo, que al perro guardián de la democracia lo engordaron y domesticaron al punto de hacerlo dormir una plácida siesta por mucho tiempo. Ahora que quiere supuestamente despertar es poca la credibilidad que le queda, aunque el hambre, como se nota, lo conserva.

Sin contexto, sin datos comparados, sin contraste de fuentes, sin separar como se debe información de opinión, sin buscarle el sello a la cara o viceversa; lo de la prensa es mayormente penoso. Y si a todo eso le sumamos que sus intereses siguen ligados a los que ahora añoran y critican el poder que siempre tuvieron, pues peor.

Y aunque eso, la libertad de prensa y el respeto al oficio son fundamentales en cualquier democracia. Por eso, aunque le cueste, el presidente debe dar ejemplo.

Aquí no se salva nadie. Si lo de la paz total es en serio, todos debemos pedir perdón.

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