No sé si la palabra exista en realidad. Encontré en la red dos referencias: La primera hace piso en una división de los mandalorianos, pueblo del universo de Star Wars, de moda por estos días gracias a la serie que protagoniza el actor de origen chileno Pedro Pascal acompañado de un simpático personaje al que todos llamamos Baby Joda. La segunda se encuentra en un libro llamado “El diversionismo de los neo cruzados”, firmado por un autor llamado Todor Stoyanoy, publicado en Bulgaria en 1983, y del que apenas pude saber que trataba sobre terrorismo.

Con esa duda sin resolver, intento atrevidamente que el término sirva para designar a quienes desde su posición de poder civil o militar pretenden darle valor de verdad impuesta a sus posturas ideológicas de orden u origen religioso, con el director de la Policía Nacional como actual y preocupante ejemplo.

Ni más faltaba: Al nombrado General Sanabria le asiste el mismo derecho que a cualquier otra persona para hacer valer su libertad de culto. Sus profundas convicciones religiosas son respetables y son suyas, y las mismas a nadie debería importar o preocupar. Ni las de él ni las de nadie. Como no debería preocupar la raza, orientación política, identidad de género y sexualidad de nadie sí, como cualquier otro derecho y en el marco del desarrollo de la libre personalidad, no interfiere negativamente con la libertad y el desarrollo del otro. Se trata de vivir y dejar vivir.

Ahora bien, del director de la Policía ahora, como antes del Procurador y cómo debería ser siempre de cualquier funcionario público en un estado laico, se espera un discurso más mesurado y menos beligerante cuando se trata de temas que son más de la ciencia que de la fe. “Verdad” y “Realidad” son palabras distintas para conceptos distintos, como tampoco son iguales la “Verdad” y la “Versión”. A la verdad la cruza la ética, a lo real los sentidos y a la versión la moral subjetiva y la memoria. Todos podemos estar de acuerdo con algo en el universo de lo real sin que implique que sea aceptado como verdad por los mismos todos. En un estado laico son la realidad probada, los hechos y las leyes de interés general las que deben imponerse sobre las creencias particulares.

Preocupa el que estos “neo cruzados” aprovechen como lo hacen las posibilidades que les brindan los cargos que ocupan para difundir su discurso, tomado rápidamente como dogma por un amplio segmento de la población acostumbrado a la obediencia ciega que muchas veces mal acompaña a la fe. Cada uno a lo suyo en el espacio que corresponda.