Se escriben estas líneas antes del Carnaval. Ojalá haya transcurrido en paz con visitantes y locales disfrutando alegremente, con las expectativas del comercio cumplidas, y que el amor y respeto por las tradiciones se haya mantenido por encima de cualquier otra consideración. Más allá de debates válidos sobre algunos aspectos de su administración y del apoyo certero a los hacedores, el Carnaval para la ciudad es un oasis de tambores y polleras que nos transporta a un mejor estado del alma.
El Carnaval, verdad de Perogrullo, no es uno solo. Aparte de las numerosas y todas maravillosas manifestaciones culturales que mezclan lo fiestero con lo histórico, cada ser humano lo vive, y lo goza, de manera distinta. Para los que por años hemos trabajado en medios de comunicación intentando contar historias, el carnaval es una fuente apasionante de relatos a la vez que un reto profesional. La transmisión de, por ejemplo, la Gran Parada, no se limita a ubicar cámaras en un determinado punto del desfile. Cada danza, cada momento, tiene su propia historia interior, lo que requiere una determinada manera de contar que implica tanto de conocimiento previo como de intuición en el momento. Por mencionar un caso particular, una cumbiamba no se ve ni se cuenta igual que un paloteo. Si ya de por sí el trabajo que gusta se hace con gusto, en carnaval ese gusto se duplica.
Esa búsqueda de historias, o esa disposición a que la historia nos encuentre, pasa también por hacerse preguntas sobre la estratificación de la fiesta: Fotografiar cuerpos apiñados en el bordillo al lado de palcos vacíos, notar como desde carrozas se saluda preferentemente a un solo lado de la calle, ser testigos del momento en que al organizador de un evento le cobran por el espacio que la silla de su madre ocupará en el andén del frente de su propia casa, vivir las restricciones de acceso a algunos de los llamados eventos oficiales, y comparar eso con la tranquila alegría con que se disfruta, va otro ejemplo, el desfile en honor al folclorista Carlos Franco que tiene lugar en el Barrio Olaya; genera inquietudes. Leer que en promedio un visitante se gastará en la ciudad casi un millón y medio de pesos por día de carnaval, y recordar la protesta pacífica que un grupo de artistas llevó a cabo por lo que consideraban es una inequitativa distribución de los apoyos económicos merece, por lo menos, una pregunta.
El Carnaval que se goza, el que se trabaja y el que se piensa. Ninguno excluye ni niega al otro.
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@alfredosabbagh