Marcos Roitman es un docente investigador chileno reconocido como uno de los más importantes analistas de la realidad social latinoamericana. Uno de sus libros más apreciados es El pensamiento sistémico, los orígenes del social conformismo, en donde retoma su crítica hacia el “…tener una vida complaciente y libre de ataduras provenientes de la conciencia, que rechaza todo tipo de compromiso social”; situando como características de ese conformismo a la pérdida de interés en lo político, la falta de contextos históricos y teóricos sobre los que argumentar, y un “desaliento de la conciencia crítica”. Por considerarlos de enorme vigencia y aplicables a nuestra realidad local, me permito citar algunos postulados del autor:
El social conformismo simplifica la existencia. Le brinda al individuo una sensación de tranquilidad que lo separa del estado de conciencia que se requiere para preguntarse por el entorno y la condición humana.
En ese adormecimiento se aceptan cotidianamente comportamientos o actitudes que en otro contexto fueran reprobables, y que pueden ir desde el no respetar el puesto en una fila hasta ofrecer una coima para eludir una infracción de tránsito.
Un social-conforme tiende igualmente a un fuerte autocontrol que le asegura pasar como uno más dentro de la integración que logró y quiere mantener en el grupo mayoritario. Dice Roitman que “pretender ejercer el juicio crítico y la facultad de pensar puede considerarse un signo de inadaptación al medio, ser considerado como un enemigo…constituirse en un peligro social…”. Ese riesgo, del que el componente económico no escapa en una sociedad consumista, termina por devorar muchas posturas críticas a favor del unanimismo conceptual.
En el social conformismo el ejercicio de la política se basa en “garantizar la gobernabilidad y el funcionamiento de las instituciones” antes que en fomentar el empoderamiento ciudadano alrededor de decisiones consensuadas colectivamente. El mantener el status quo limita el lenguaje a lo “políticamente correcto”, con la repetición de fórmulas manidas y la pérdida de cualquier capacidad de transformar.
Demoledor es igualmente lo que Roitman opina de los medios y la educación en este panorama: “periodistas informados pero no formados, sociólogos sin sociología, historiadores que desconocen la historia; todos eso sí, creadores de opinión pública, editorialistas y divulgadores”
Cualquier parecido con Barranquilla y su social conformista ciudadanía no es fruto del azar. Llevan años trabajando… y trabajándonos…
@alfredosabbagh