Se acaba el 2022, año caracterizado por los esfuerzos encaminados a reactivar los distintos procesos sociales, económicos, políticos y ambientales que la pandemia ralentizó o frenó por completo. Con más suerte y cosas que mostrar en unos frentes que en otros, la senda trazada para el 2023 pintará más o menos complicada tanto mundial como localmente en la medida en que, y aunque cueste trabajo, el sentido común se imponga sobre los egos de líderes, gobernantes y de quienes aspiran a serlo.
Como bien lo saben explicar mejor expertos internacionalistas, la guerra entre Rusia y Ucrania está más cerca de recrudecerse que de resolverse. Las posturas totalitaristas y expansionistas que cabalgan sobre misiles nucleares anuncian meses de ofensivas en los que la sociedad civil se verá enormemente afectada como quiera que los blancos iniciales son centrales de energía que abastecen a ciudades ya de por sí golpeadas. A la hora en que estas líneas se escriben, Putin se reúne con líderes aliados en procura de preparar la respuesta a la que considera una inminente participación más directa de la OTAN y Estados Unidos en el conflicto; mientras que su homólogo ucraniano Zelenski aboga por pedir más armamento a sus benefactores de Occidente. Que entre el Diablo y escoja al peor de los dos, o que se los lleve juntos si quiere. El caso es que el planeta pende de un hilo por este par de egos descontrolados.
Por los lados nacionales, y como era lógico suponer, algunas propuestas fundamentales del gobierno Petro han requerido acuerdos políticos que poco o nada gustan a quienes lo acompañaron en su campaña; lo que sumado a discutidos nombramientos en ejecutivo y cargos diplomáticos generan el ruido suficiente como para que la oposición y sus medios afines concentren la atención en las fisuras, y de que las hay, las hay. Al gobierno le urge afinar su estrategia de comunicaciones, bajar el tono de ciertos protagonismos y, humilde opinión, no pretender resolver, cambiar o atacar todo lo que sabemos no funciona de un solo trancazo. Toca priorizar, saber escoger las peleas y los momentos para darlas, y toca tragarse sapos. Ojalá que también por los lados de la oposición entiendan también que una idea bien explicada siempre será más convincente que un grito mal dado. Una vez más, el ego haciendo de las suyas.
Y como se dijo en una columna anterior, las elecciones locales que se vienen en el 2023 requieren urgentemente de liderazgos fuertes, cohesionados, con programas de gobierno claros y de cara la ciudadanía, que apelen a recuperar el sentido de lo público por encima de la malhadada pleitesía al concreto y al atajo. Es imperativo que se conozcan los estados reales de las finanzas actuales y compromisos futuros a los que años de renders encargados a los mismos amigos contratistas nos han conducido. Esos egos enormes y descarados tendrán más temprano que tarde que rendir cuentas.
PD: Esta columna volverá la segunda semana de enero. Que pasen todos unas felices fiestas.
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