Culminó el domingo anterior la versión 26 del Salón Audiovisual organizado por la Cinemateca del Caribe. Dejo claro desde la segunda frase de esta columna que estuve directamente involucrado a la organización del evento, y por ende es muy posible que mi opinión esté más cargada de emoción que de razón, pero lo asumo. Luego de mucho sufrir por las vicisitudes económicas que pasan quienes le apuestan al arte y cultura como constructores de tejido social, se logró reactivar el evento con conferencias, foros, proyecciones e invitados de lujo que compartieron con el público sus opiniones y vivencias alrededor del cine y la producción audiovisual. Enorme agradecimiento a Roberto Flores por su contagiosa terquedad creativa, lo mismo que a María Fernanda Morales, su equipo de trabajo y las empresas aportantes.

Uno de los temas tocados se refirió a la producción televisiva independiente. El concepto se refiere a los contenidos realizados por fuera de las tendencias mayoritarias que marcan los canales privados en lo que a Colombia concierne, y a los servicios de streaming o cable a nivel internacional. En el país estos contenidos encontraron una importante fuente de financiación en el Fontic durante la pandemia, a lo que hay que sumar convocatorias anteriores de distintos organismos. Gracias a esa apuesta en la televisión pública regional y nacional se ha podido ver un resurgir de la ficción con intenciones narrativas y estéticas novedosas que se permiten arriesgar más allá de las probadas fórmulas de la televisión comercial. Por supuesto que algunas historias funcionarán mejor que otras, pero es innegable que el sector se dinamiza con estas posibilidades.

A estas buenas noticias se le anteponen dos viejos hechos. El primero pasa por la percepción negativa que muchos usuarios tienen de la televisión pública: No tengo pruebas y mucho menos dudas al afirmar que la mayoría de quienes así opinan poco o nada ven contenidos como los anteriormente citados, y están pegados a falsos estereotipos fácilmente desmontables con 30 minutos de atención.

El segundo, que es más estructural, pasa por la errada concepción de confundir Estado con Gobierno. Lamentablemente esto no se entiende o no se quiere entender, y no es sino sentarse en la silla para frenar procesos sin previa evaluación, fomentar el auto bombo y pretender hacer de los medios públicos parlantes de propaganda. Para eso no están y no importa quién sea el que mande. La televisión pública nacional y regional, en este caso, no puede subordinarse a lo que presidente, gobernadores o alcaldes crean que debe promocionarse o emitirse. Tan malo fue en su momento que un gobernador de la región amenazara con retirarse de Telecaribe si no le transmitían gratis un evento como el que ahora le saquen serie documental a los 100 días del presidente.

Menos pleitesía y más rigor, fomento a la construcción de ciudadanía y ventana para propuestas estéticas y narrativas novedosas. Ojo con eso.

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@alfredosabbagh