Hace unos días se publicó una noticia, desmentida posteriormente, en la que se afirmaba que el reconocido actor norteamericano Bruce Willis había negociado con una empresa especializada en inteligencia artificial los derechos para replicar digitalmente su imagen y hacerlo “actuar” en prácticamente cualquier contenido audiovisual. Como en su momento lo anotó el diario británico “Daily Mail”, lo que se permitía con la negociación es que se produjera un “gemelo digital” del actor, famoso por numerosas películas y quien en marzo anunció su retiro de las pantallas por problemas de salud.
El desmentido de la nota, que bien puede hacer parte de una estrategia de venta en marcha, no le quita particularidad a un proceso que no es nuevo y que la industria cinematográfica ha utilizado en numerosas ocasiones para, por decirlo de alguna manera, “revivir” digitalmente actores. Así ha pasado con Carrie Fisher, Philip Seymour Hoffman, Peter Cushing, Paul Walker y muchos otros; y esto sin incluir las modificaciones que sobre material de archivo han permitido, por ejemplo, ver a Tom Hanks interactuar con John Lennon en la famosa “Forrest Gump”; o ver a Salvador Dalí guiar una visita en un museo; o que David Bowie cante en Marte, como alguna vez dijo pretender el magnate Elon Musk.
Mucho de lo anteriormente citado gira alrededor del concepto de deepfake, término con que se conoce al complicado proceso que genera imágenes falsas sobre otras reales. La sofisticación a la que está llegando la técnica junto con la cada vez mayor exposición que todos, algunos más que otros pero todos al final, experimentamos a diario frente a dispositivos capaces de grabarnos y fotografiarnos, deriva en preocupaciones que cada vez son menos limitadas a artistas de cine o figuras públicas. Billones somos los usuarios de redes en las que compartimos nuestros rostros, nuestra voz, nuestra ubicación, gustos, aficiones y sentires. Billones son entonces los datos que se almacenan en un ambiente tan gaseoso al que tuvimos que llamar “nube”, propiedad de corporaciones con todo tipo de intereses y que, tengámoslo claro, saben muy bien lo que valen esos datos. Lo saben mejor que nosotros.
En un mundo en donde cada vez menos se cree en el hecho comprobado y más en la versión acomodada, en donde la realidad ya no se puede validar por los cada vez más manipulables sentidos, y en donde aceptamos con una mezcla entre resignación e ignorancia el entregar nuestra privada individualidad por acceder a las autopistas de los servicios digitales, no son pocos los gemelos virtuales que andan dando vueltas, y no solo son de Bruce Willis. Lejos no está el día en que podamos acceder a una realidad a la carta en donde podamos escoger al gemelo que queramos ser; y lejos tampoco está el día en que alguien decida por nosotros cuál gemelo debe prevalecer.
Como ya se dijo alguna vez: Urge desde hace rato una discusión y regulación global que proteja los derechos digitales.
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@alfredosabbagh