Hace apenas un día se publicó un artículo muy interesante firmado por el experto investigador Gabriel Levy titulado “Discriminación, pobreza y algoritmos, una explosiva mezcla”. El profesor Levy se refiere a varios ejemplos documentados y basados en estudios públicos que muestran como ciertas aplicaciones de la llamada inteligencia artificial tienden a priorizar posturas de supremacía por género, raza o estrato social. Para Levy, “el desarrollo de algoritmos altamente sofisticados esconde un gran peligro que podría aumentar las ya muy crecidas brechas sociales en el mundo”. El documento completo se puede consultar en https://andinalink.com/discriminacion-pobreza-y-algoritmos-un-explosiva-mezcla/

Por algoritmo se entiende un conjunto de instrucciones o pasos definidos encaminados a encontrar la solución de algún determinado proceso. En la sociedad digital en la que nos encontramos, los algoritmos han servido para predecir y encaminar desde hábitos de consumo hasta decisiones frente a las urnas electorales, en donde lo vivido con la elección del felizmente ido Trump se convirtió en un ejemplo paradigmático que, y viéndolo en perspectiva, no trascendió mucho más del ruido. Habrán cambiado las fachadas, pero las intenciones siguen detrás de las instrucciones.

El problema no está tanto en el algoritmo como en quien lo diseña. Verdad de Perogrullo es que detrás de la programación de los algoritmos se sitúan los intereses de conglomerados económicos altamente poderosos, sabedores de la capacidad que tienen para modificar y predecir conductas. Con el algoritmo EdgeRank, Facebook determina el alcance y prioridad de las publicaciones que recibimos. Aprende de nuestras interacciones, nuestros gustos y nuestras inquietudes; y con base en eso nos plantea un muro de noticias listo para ser digerido. Así igual funcionan otros similares que explican el que mañana de la nada recibamos un mensaje donde nos anuncian una oferta comercial sobre un elemento que consultamos hoy en una página web. Nos están viendo, midiendo y catalogando.

Algunas posturas se identifican con el argumento de que “ese es el precio que tenemos que pagar por acceder a la información”, con lo que se ratifica que en el universo digital el bien más preciado es uno mismo, y que cada uno se debe hacer responsable de su cuidado y control. Otros, y me incluyo, creemos que debe existir una base regulatoria de alcance internacional que proteja la privacidad de los datos sensibles, analice y audite la programación de los algoritmos, rechace cualquier posibilidad de sesgo por los motivos inicialmente mencionados, promueva la libre competencia y objete las prácticas monopolísticas. Bien entendido el universo digital, nos permiten entendernos más y mejor tanto a nosotros mismos como a los demás. Eso no pasa si la dictadura de lo real se consolida en lo virtual. Al algoritmo hay que entenderlo como una herramienta al servicio del ser humano, no al revés. Urge pensar en regulación.

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@alfredosabbagh