Siguen pasando los días y se sigue escribiendo la historia. En otros tiempos las calles casi vacías del barrio y el silbido de la brisa que viene y va producirían un suave y hasta agradable sopor. Hoy no. Las imágenes que llegan de Ecuador y las cifras que se proyectan de la pandemia en Norteamérica parecen obra del mismo guionista; y a fe que supo trabajar, porque de miedo ya infectaron a casi todo el globo.
El miedo, como bien sabemos, es fuente de poder y de riqueza. El miedo alerta y a la vez esconde. Este miedo a algunos les conviene. Es lo que es. Es lo que aprendimos.
Y en medio de todo, la esperanza está depositada en que se logre controlar la pandemia al punto en que pueda, poco a poco, volver la vida a lo “normal”. Así, entre comillas, vale preguntarse por eso. ¿Es normal que como humanidad hayamos casi agotado los recursos naturales del planeta? ¿Es normal acaso que los estándares de avance social y progreso se midan en metros cuadrados construidos o kilómetros pavimentados y no en acceso a un digno mínimo vital de servicios y salud? ¿Lo normal es que los mares estén llenos de plástico y el aire de humo? ¿En qué grado de normalidad se ubica la feria de las vanidades en que hemos revuelto las esferas de lo público, lo privado y lo íntimo? ¿Seguirá siendo normal la inequidad?
¿Y no será, como lo dice una frase bien recordada en estos días, que la normalidad era el problema?
Ojalá no volvamos a la normalidad. Ojalá aprendamos del trancazo a ser más solidarios y menos individualistas, a darle valor a lo que realmente lo merece, a ser mejores vecinos de la naturaleza, a no ser mezquinos ni dejar que los mezquinos gobiernen. Si tanto sufrimiento, tanta angustia, tantas vidas perdidas no nos hacen cambiar la noción de lo normal, no habremos aprendido nada. Del status quo de la normalidad y el miedo se han valido por décadas los mismos de siempre para mantenerse en el poder moviendo los hilos. Si de este sacudón no sacamos por lo menos la enseñanza y la fortaleza para romper ese círculo de malsana dependencia, el problema pasamos a ser nosotros.
Tenemos que desaprender eso que nos dijeron que era normal, porque sencillamente no lo es. Nos acostumbraron y nos acostumbramos a creer que el voto se canjeaba por tejas, que hacer plata era sinónimo de éxito, a “que hablen bien o mal pero que hablen”, o que nada puede uno hacer porque “las cosas son así”; y que mejor nos va nadando en la corriente del aplauso y la genuflexión.
Después de todo esto, normal sería que “lo normal” fuera distinto. Mucho me temo que lo anormal está tan enquistado que ya se no volvió costumbre. Como el miedo. Ojalá que no.
Pd: Siguen matando líderes sociales, siguen despidiendo periodistas, siguen tapando investigaciones, sigue el Congreso sin legislar por leguleyadas anacrónicas, siguen las felinas garras de la politiquería detrás de contratos y fundaciones… En Colombia venimos enfermos hace décadas…