¿Por qué el sufrimiento? ¿Tiene sentido el sufrimiento? Son preguntas constantes a lo largo de la historia de la humanidad. Desde el pensamiento místico se ha intentado resolverlas y no son pocos los relatos espirituales que ensayan posibles respuestas. La cuestión se complica cuando se incluye en la ecuación a Dios ¿Qué papel juega Dios en el sufrimiento humano? Me gusta leer el libro de Job, que es una narración didáctica, esto es, una creación literaria que busca responder a la pregunta ¿Por qué sufre el justo? Pues claro, en una sociedad como la israelita de ese momento, acostumbrada a entender que la relación con Dios, es decir, la estricta observancia de la ley religiosa impedía el sufrimiento, causaba mucha escándalo que los “justos”, los más cumplidores del mandato divino, tampoco se salvaran de esta manifestación de la condición humana.

Para ello se recurre a elementos míticos que buscan salvaguardar a Dios y dejar claro que él no es el causante de ese sufrimiento, sino un inteligente ángel que sospecha que todos cuando nos vemos sufriendo nos olvidamos de Dios y de sus normas. El relato es hermoso, teje las expresiones humanas más bajas con las manifestaciones más sublimes de nuestra condición; articula, con alguna sevicia, los peores dolores con discursos bien elaborados que expresan la cosmovisión de la época. Job –nombre que significa “el perseguido” en hebreo, y “el arrepentido” en árabe– representa la idealización del hombre bueno, justo, religioso, al que le imponen los sufrimientos de todos los hombres de la historia. Leer este texto una y otra vez me hace comprender que no tengo que intentar asemejarme a este complejo personaje literario, sino que tengo que entender que sufro por mi condición humana, por mi naturaleza, que Dios no tiene nada que ver con mi sufrimiento, que él ni ningún pispirispis lo causa, que es el fruto de ser un espíritu encarnado.

No puedo ni adorar el sufrimiento y buscarlo patológicamente, pero tampoco huirle y renegar de él como si su condición de posibilidad no la llevara en mi propio ser. Por lo tanto, no es un castigo divino, ni tiene que ver con mi mucha o poca santidad, sino que es el precio a pagar por ser humano. ¿Por qué sufre la gente buena? Porque es gente, porque son seres humanos y los humanos sufrimos. ¿Qué hacer frente al sufrimiento? Aceptarlo, enfrentarlo y superarlo. Esperar que nuestra íntima e intensa relación con Dios genere en nuestro interior la fuerza suficiente para no doblegarnos ante el sufrimiento. Aprovecharlo para ser mejores seres humanos y sobre todo para generar esa empatía con los otros que nos impida causarle dolor a otro. Lo triste sería que nosotros los que sufrimos no fuéramos capaces de ayudar o evitar el padecimiento de aquellos con los que compartimos la vida. Quien se alegre del sufrimiento del otro –así sea el peor de los seres– no es un buen ser humano. Quien sea indiferente al sufrimiento de los más débiles no ha entendido cuál es nuestro rol en la existencia. El religioso que se olvide del sufrimiento de cualquier humano no conoce a Dios, aunque rece mucho y tenga episodios extáticos. Por eso, una de las características de amar es evitar que la persona amada sufra. Quien te hace sufrir deliberadamente no te ama, aunque lo diga de rodillas. Solo el amor vence el sufrimiento. Por eso, lo que nos queda no es aguantar como Job, sino amar con todas las fuerzas.